Atrás quedaron los días en los que la economía turca ocupaba los titulares como la estrella de las economías emergentes. Desde su valor máximo de 12.600 dólares en 2013, el PIB per cápita retrocedió a 8.500 dólares en 2020, continuando una tendencia a la baja de siete años. Turquía registró un impresionante crecimiento del 11% en 2021, llevando el PIB per cápita hasta los 9.400 dólares. Esto indica una buena perspectiva en comparación con el comportamiento de algunos países desarrollados en 2021, pero solo a primera vista. Si se profundiza, el crecimiento de dos dígitos se debió principalmente al “efecto base”, ya que las restricciones por la pandemia del Covid-19 supusieron un freno al crecimiento económico en 2020. Además, el crecimiento se realizó a expensas de una inflación récord, lo que revela no solo una mala gestión económica, sino también una situación difícil de mantener. De cara al futuro, la elevada inflación y los riesgos acumulados probablemente empañarán el crecimiento de dos dígitos. Las previsiones para 2022 muestran que caerá por debajo del 5% previsto en el Programa a Medio Plazo de Turquía para 2022.
La economía turca se caracteriza actualmente por el desempleo, la alta inflación y la mala gestión. La brecha de ingresos se amplia a medida que el crecimiento económico es cada vez menos inclusivo. La constante erosión de la capacidad institucional hace que el país no sea capaz de hacer frente a los retos de desarrollo que son tanto estructurales como ligados a la evolución económica y financiera internacional. Una política monetaria poco ortodoxa, combinada con un entorno normativo opaco, aumenta la prima de riesgo del país, con unos CDS (credit default swaps) en los 700 puntos básicos a principios de marzo, convirtiendo al país en poco atractivo para los inversores extranjeros, pero también para los nacionales.
De hecho, Turquía no ha llegado aquí de la noche a la mañana. Ya en 2016 los analistas advertían a Ankara sobre las vulnerabilidades de su economía. El principal motivo de preocupación era el aumento de la deuda en los sectores no comercializables, principalmente construcción y energía. Sin embargo, la inflación y los tipos de interés estaban bajos y la lira se mantenía estable. Las vulnerabilidades a nivel macroeconómico solo eran una preocupación intelectual para los hogares, si es que había alguna. En las encuestas de marzo de 2017, la mayoría de la población respondió positivamente a la pregunta: “¿cómo cree que estará la economía dentro de un año?”. La preocupación era palpable antes de las elecciones generales y presidenciales de 2018.
En agosto de 2018, la crisis con Estados Unidos a raíz de la detención del pastor Brunson provocó que la lira se depreciara con gran volatilidad, seguida de un aumento de la inflación y de los tipos de interés. Fue entonces cuando los hogares empezaron a notarlo. Tras la alta inflación, llegó el 14% de desempleo, que se mantiene elevado desde entonces, con cifras oficiales que muestran un 11,4% para 2022.
Desde entonces, la desaceleración económica y el volátil entorno político interno empezaron a reconfigurar las preferencias políticas, que se habían mantenido estables durante la mayor parte de los últimos 20 años, con un gobierno mayoritario del AKP.
El ‘nuevo modelo económico’
Desde 2018, ha habido tres cambios de ministro de Hacienda y Finanzas. En julio de 2018, fue nombrado a Berat Albayrak, exministro de Energía y yerno del presidente Recep Tayyip Erdogan. Firme defensor de los bajos tipos de interés y contrario a la teoría económica dominante, Albayrak compartía con Erdogan la convicción de que los altos tipos de interés provocan inflación. Durante su mandato, la lira se depreció casi un 45% frente al dólar. Los tipos de interés se elevaron al 10,25% en septiembre de 2020, pero no ayudaron a la lira en ese momento. En noviembre de 2020, Albayrak fue sustituido por Lütfi Elvan, cuyo mandato hasta diciembre de 2021 se caracterizó por un intento de volver a la disciplina fiscal y restaurar una política monetaria más ortodoxa. Aunque no fuera su responsabilidad como ministro, durante su mandato Naci Agbal fue nombrado gobernador del Banco Central. Agbal estaba alineado con Elvan en la necesidad de una política monetaria ortodoxa. En diciembre de 2021, Elvan fue sustituido por Nureddin Nebati. En septiembre de 2021, el Banco Central inició lo que ya es una tendencia a la baja de los tipos de interés. En marzo de 2021, Agbal fue sustituido por Sahap Kavcıoglu, partidario de tipos de interés bajos. En definitiva, septiembre de 2021 marcó el fin de la independencia del Banco Central, o lo que quedaba de ella.
El constante cambio de los responsables económicos y del Banco Central es la encarnación de la volatilidad que ha reflejado Turquía desde 2018. Resultó que la política de bajos tipos de interés que comenzó en septiembre era en realidad el inicio del “Nuevo Modelo Económico”, más tarde denominado “Modelo Económico Turco”, anunciado en diciembre de 2021.
En pocas palabras, el nuevo modelo económico pretende reducir los tipos de interés y devaluar la lira para impulsar las exportaciones y reducir las importaciones. A su vez, el objetivo es reducir el déficit por cuenta corriente, aumentar las inversiones internas (algo así como un escenario de sustitución de importaciones), con el fin de aliviar la presión monetaria sobre la inflación. Hay dos críticas fundamentales a este modelo. En primer lugar, alrededor del 60% de las exportaciones turcas dependen de bienes intermedios importados. En segundo lugar, en realidad, esta política aumenta la inflación, es decir, los precios del conjunto de la economía, de los cuales el 28% está sujeto al comercio internacional. Por último, aunque nunca se revelaron los detalles del modelo, es evidente que se basa en supuestos excesivamente optimistas teniendo en cuenta el aumento de los precios de la energía y de las materias primas y con los ingresos del turismo en riesgo debido a la guerra en Ucrania.
Actualmente, la economía turca se enfrenta a una lira cada vez más devaluada y a una inflación disparada en torno al 50%. Como respuesta, el gobierno anunció en diciembre de 2021 un mecanismo por el que los depósitos en liras turcas estarán «garantizados» frente a las fluctuaciones del dólar, en un intento de fortalecer la lira. La aceptación por parte de los ciudadanos no alcanzó las expectativas y la proporción de los depósitos en divisas se mantuvo por encima del 60% del total, mientras seguían aumentando los pasivos del Tesoro con la lira enfrentándose a una mayor depreciación. Para ponerlo en perspectiva, según las cifras anunciadas el pasado 4 de marzo, 880.000 cuentas (de las cuales 853.000 son de personas físicas y 27.000 de personas jurídicas) se convirtieron al régimen con un total de 539.000 millones de liras turcas (TL) al tipo de cambio de 13,40 dólar/TL. En un escenario en el que la paridad dólar/TL se eleve a 16,42, el coste a tres meses en el que incurriría el Tesoro sería de 100.000 millones de TL.
Fue un movimiento político sorprendente por parte del gobierno, ya que la economía turca no tenía por qué llegar a esta situación. Los indicadores adelantados de septiembre-octubre de 2021 mostraban luz al final del túnel. Ahora el país está sometido a unas subidas de precios diarias y millones de personas ven sus medios de subsistencia amenazados, mientras se hunden de nuevo en la pobreza, todo ello inducido por la política. A medida que aumentan los riesgos internacionales, no parece haber ningún impulso dentro de la administración para cambiar de rumbo. El punto de partida debería ser un cambio radical de la política monetaria, pero incluso eso puede no ser suficiente.
Percepción económica
En nuestras encuestas mensuales de TurkeyReport, preguntamos la percepción sobre cómo está la economía a día de hoy. A principios de diciembre de 2021, el 79% de los encuestados respondió mal/muy mal. No es un resultado sorprendente teniendo en cuenta las condiciones actuales. Ni que decir tiene que un índice tan elevado de evaluación negativa corresponde a los votantes de todos los partidos políticos. Lo que llama la atención, por otro lado, es la medida en que los encuestados adoptaron el relato del gobierno para racionalizar el mal panorama económico.
Por ejemplo, cuando se les preguntó si consideraban correcta la actual política de «tipos de interés bajos y tipos de cambio altos como principales pilares del nuevo modelo económico», el 57% afirmó que la consideraba incorrecta o absolutamente incorrecta. Mientras que el 20% la aprueba, el 23% afirma no tener suficiente información sobre el tema. Esto último es notable. Los votantes, especialmente los del grupo de ingresos más bajos, no están especialmente interesados en saber cuál es el modelo económico, sino en saber si les ayudará a llegar a fin de mes y en qué medida.
De nuevo en diciembre, preguntamos si las «potencias extranjeras» se estaban inmiscuyendo en la economía de Turquía. Aunque el ministro Nebati rechazó cualquier posible intervención, el presidente Erdogan afirmaba –en el momento de la encuesta– que Turquía se encontraba efectivamente en una guerra de independencia económica. Según los resultados, mientras que el 57% de los encuestados no creía que la economía estuviera «bajo ataque» de potencias extranjeras, el 43% apoyaba esta afirmación.
Tiempo de alianzas
En este contexto económico, el panorama político también ha experimentado grandes cambios desde 2017. Con la reforma constitucional de ese año, Turquía pasó a un sistema presidencialista, y con ella se produjo un importante cambio para el poder ejecutivo. Dos aspectos de especial relevancia han redefinido en cierto modo el cálculo electoral. En primer lugar, las elecciones presidenciales se diseñaron con un sistema mayoritario a dos vueltas, en el que un candidato debía obtener más del 50% del apoyo popular (comúnmente conocido como la regla del «50+1») en primera o en segunda vuelta. En segundo lugar, se permitía a los partidos formar alianzas ex-ante, en las que no era necesario que cada partido de la coalición superase el umbral del 10% (un límite antes prohibitivo para los partidos más pequeños) siempre que la coalición sí lo hiciera. Ambas condiciones suponían incentivos inconmensurables para que los partidos políticos de distintas ideologías se unieran. Y así fue.
En la actualidad, hay dos coaliciones: Alianza de la Nación (oposición, compuesta por el Partido Republicano del Pueblo-CHP y el Partido Iyi) y Alianza del Pueblo (el gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo-AKP y el Partido de Acción Nacionalista-MHP). Por primera vez, gracias al nuevo sistema, la oposición se unía para las elecciones de 2018, y aunque no logró la victoria, pero marcó un punto de inflexión. El partido islámico Saadet también formaba parte de esta coalición, de la que se salió poco después de las elecciones. Hoy sigue en la oposición.
Desde la década de 1950, el electorado turco puede clasificarse aproximadamente en un 35% de izquierda y un 65% de derecha. En las elecciones anteriores, la contienda se producía entre estos dos bloques. Desde esta perspectiva, la coalición entre el CHP (o, centro-izquierda) y el Partido Iyi (nacionalista/centro-derecha) fue única. Otra novedad que aportó esta alianza fue que, tras casi dos décadas de consolidación exitosa del ala derecha del espectro político por parte de Erdogan, apareció en escena un actor viable de centro-derecha.
El segundo ejemplo de cómo el cambio de sistema impulsó la unidad se refiere a las elecciones municipales de 2019. Los partidos de la oposición, tanto miembros de la Alianza de la Nación como no, comprendieron la necesidad de unirse para hacer frente a la unión del AKP y del MHP en unas elecciones locales en las que “el ganador se lo lleva todo”. En consecuencia, el Partido Democrático de los Pueblos (HDP) prokurdo apoyó a los candidatos de la Alianza de la Nación en varias ciudades, sin presentar un candidato propio. Como resultado, los candidatos de la oposición, que se presentaban bajo la bandera del CHP, ganaron la alcaldía de seis de las siete ciudades más grandes de Turquía, entre otras Estambul y Ankara.
Desde 2018, la oposición ha ido consolidando sus filas. El exdiputado y primer ministro del AKP, Ahmet Davutoglu, y el zar de la economía, Ali Babacan, formaron cada uno su propio partido, Gelecek y DEVA, respectivamente, uniéndose al bloque de la oposición. Desde 2018, la convergencia de las Alianzas del Pueblo y Nación aparece como una tendencia continua en las encuestas de opinión pública. El bloque de la oposición se sitúa alrededor del 60% de los votos con HDP, Gelecek y DEVA unidos.
El pasado 28 de febrero, seis partidos de la oposición (CHP, Iyi, Saadet, Partido Demócrata, DEVA y Gelecek) presentaron lo que denominan «Sistema Parlamentario Reforzado», una hoja de ruta que recoge los principios de la oposición en caso de que llegaran al poder en 2023. Cabe destacar la referencia del texto a las normas del Consejo de Europa y de la Unión Europea (no condicionadas a la candidatura de Turquía a la UE) para aliviar los problemas a los que se enfrenta el país en la actualidad. En última instancia, lo que resulte de este encuentro será decisivo.
De cara al futuro, es casi seguro que estos seis partidos, excluyendo al prokurdo HDP, se unirán en la Alianza de la Nación. Esta coalición de partidos que se sitúan en diferentes puntos del espectro político, no tiene precedentes en la dividida y reciente historia política de Turquía.
Aunque no es imprescindible, es muy probable que la oposición presente un candidato único a la presidencia. A diferencia de las elecciones presidenciales de 2014 y 2018, la oposición cuenta ahora con posibles candidatos que lideran las encuestas. Los últimos sondeos de febrero muestran que el alcalde de Ankara, Mansur Yavaş, el alcalde de Estambul, Ekrem İmamoglu, la presidenta del partido Iyi, Meral Akşener y el presidente del CHP, Kemal Kılıçdaroglu, todos de la Alianza de la Nación, superarían a Erdogan en la segunda vuelta. Los mismos resultados se mantendrían si el HDP no designara un candidato en la primera vuelta. Queda por ver qué posición adoptará el HDP ante la candidatura presidencial. Sin embargo, parece que habrá una tercera alianza de partidos de izquierda más pequeños (como el TIP) y el HDP. Para la Alianza de la Nación decidir el candidato es una cuestión de última hora. El objetivo de momento es consolidar la coalición y convencer a la opinión pública de que es la combinación ganadora.
La oposición parece estar en una posición favorable. Sin embargo, hay que señalar que, en medio de la actual tormenta económica y política, no tiene mucho margen. Es cierto que el descontento del electorado con el AKP es mayor, pero no llega a pasarse al otro bando. Los votantes del AKP se decantan por los «indecisos» o por la «abstención» en las últimas encuestas. La oposición tiene hasta junio de 2023 para convencerlos.
Con una lira cada vez más devaluada y una inflación disparada en torno al 50%, es necesario un cambio radical de la política monetaria
Unas elecciones anticipadas parecen poco probables por dos razones. En primer lugar, en las próximas semanas se va a presentar al pleno de la Asamblea General una propuesta de reforma de la ley electoral, lo que supondría que las elecciones tendrían que celebrarse al menos 12 meses después, tal y como establece la ley. La propuesta, entre otras cosas, introduce un cambio en la forma de distribuir los diputados entre los partidos con el objetivo de reducir el impacto de la alianza opositora. Lo más probable es que, como resultado, los partidos más pequeños de la oposición se presenten en las listas de los partidos más grandes y que el intento de fragilizar a la alianza opositora, logre acercarla mucho más. Segundo: la economía. Especialmente tras el ataque de Rusia a Ucrania, es probable que la economía de los hogares se vea sometida a una mayor presión. Unas elecciones anticipadas serían demasiado arriesgadas para el gobierno.
Potenciales agentes del cambio
Ni que decir tiene que también hay potenciales agentes de cambio. El primero son los «conservadores inquietos» y el segundo los «jóvenes».
Aunque no son un grupo demográfico nuevo, los conservadores inquietos se están fortaleciendo entre el electorado de la Alianza del Pueblo y la base del AKP en particular. Los partidarios de Erdogan han disfrutado de varias victorias en las últimas dos décadas. Ajenos al sistema hasta entonces, los conservadores turcos ascendieron tanto social como económicamente y ahora son parte integrante del establishment. Sin embargo, en los últimos cinco años, han visto cómo perdían beneficios, sobre todo en el frente económico. Mientras que el apoyo a la Alianza del Pueblo se sitúa en el 48%, solo el 39% del electorado apuesta por «Erdogan» para arreglar la economía. Además, este electorado también está descontento por el deterioro de la gobernanza y la prestación de servicios. Desde el punto de vista económico, están inquietos. También están inquietos emocionalmente.
El Erdogan y el AKP a los que habían apoyado tan alegremente durante la última década ya no son los mismos. En consecuencia, y por primera vez, algunos votantes conservadores inquietos están abiertos a escuchar a otros líderes políticos. No es casualidad que dos conservadores inquietos, Babacan y Davutoglu, hayan creado sus propios partidos. En el futuro, es probable que los conservadores inquietos formen el campo de batalla del centro-derecha y acaben determinando el resultado de las elecciones.
El segundo campo de batalla son los jóvenes. Hay aproximadamente 13 millones de votantes jóvenes de entre 18 y 30 años. Cinco millones votarán por primera vez en las elecciones de 2023. En este grupo, el apoyo al AKP y a Erdogan es menor que la media nacional. Sin embargo, no se trata de una diferencia que vaya a sacudir el clima político, como afirman los entusiastas generacionales exagerados. Lo que está claro, en cambio, es que estos votantes primerizos y los jóvenes siguen desencantados con el panorama político actual y sus actores; están dispuestos a reclamar un papel como agentes de cambio –siempre que un movimiento sea capaz de captar y mantener su atención./