El mismo argumento subyacente a los esfuerzos para ingresar en la OTAN, sobre la identidad fundamental de los valores, las sociedades y la cultura, condicionaba las ideas de [Václav] Havel sobre la Unión Europea. De hecho, eran su consecuencia natural. A las pocas semanas de las revoluciones de Europa Central y Oriental, surgió el eslogan “De vuelta a Europa”, espontánea e independientemente, en Checoslovaquia, Hungría y Polonia. Ya en enero de 1990, Havel habló de un “regreso a Europa” conjunto ante las dos Cámaras del Parlamento polaco. En mayo de 1991, en Aquisgrán, al recibir el premio Carlomagno por su contribución a la idea europea, Havel habló sobre su ambición de que su país fuera miembro de pleno derecho de la UE. Hicieron falta otros 13 años para que República Checa y otros países de Europa Central y Oriental llegaran a serlo.
Una vez más, Havel se convirtió en uno de los puntos focales para las ambiciones europeas de la República Checa y de la región. La idea de la integración europea le resultaba natural, al haberse opuesto durante toda su vida a las líneas divisorias y al nacionalismo cerrado, por haber sido defensor de los valores universales y de una responsabilidad general. Durante los 10 años siguientes, incluso después de dejar el cargo de presidente, Havel fue un partidario incondicional del ingreso de Chequia, y se mostraba muy crítico con lo que a él le parecía la estrechez de miras entre sus compatriotas más euroescépticos.
Sin embargo, Havel nunca fue un admirador ingenuo y acrítico de la UE, como mucha gente lo describía. Desde el principio, concibió el proyecto europeo no como un club exclusivo, y menos aún como la fortaleza Europa, sino como una parte integrante de un todo más amplio, que reflejara una “conexión intrínseca entre la…

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