De Gdansk en el Báltico a Dubrovnik en el Adriático, de Praga, en el corazón del Viejo Continente, a Sofía, cerca del límite oriental de Europa, la libertad ha llegado a Europa central y del Este: libertad de asociación, libertad de prensa y libertad religiosa. En toda la región ya existen Gobiernos elegidos por votación. Lamentablemente, aunque resulte comprensible, lo que atrae mayor atención es el feo envés de la transición hacia la democracia: la guerra, la fragmentación política y la desesperación económica. En vez de diálogo y debate, encontramos demagogia. En vez de consenso encontramos contiendas y enfrentamientos. En vez de nuevos Gobiernos que adopten, respecto al pasado comunista, una política de perdonar-pero-no-olvidar con el fin de poder llevar a cabo las tareas pendientes, encontramos fuentes misteriosas que filtran listas manipuladas de inspiración política de ex agentes, informadores y colaboradores. En la actualidad se dan incluso indicios de nostalgia por el orden autoritario de los últimos años, sobre todo en países en los que los regímenes comunistas eran relativamente suaves, como Polonia y Hungría.
Los principales interrogantes siguen siendo los mismos desde 1989: ¿Se sostendrán y perdurarán las frágiles democracias de Europa central y del Este? ¿Se estabilizarán lo suficiente como para entrar a formar parte del orden político y económico europeo? El hecho de que, en la actualidad, la guerra esté destrozando Yugoslavia ensombrece estos interrogantes y exacerba los problemas de la transición hacia la democracia. En este momento las cuestiones más apremiantes, aunque relacionadas con aquéllas, son las repercusiones e implicaciones internacionales de la guerra: ¿Es esto un presagio del inicio de la balcanización de Europa del Este y, posiblemente, de Occidente? Si es así, ¿requieren los intereses de Norteamérica y Europa occidental un compromiso de Occidente más activo y oportuno destinado no sólo a evitar la…
