El medio que más ha contribuido a la construcción del imaginario orientalista es el cine, donde lujo, despotismo y sensualidad, y hoy terrorismo, son sinónimo de Oriente.
Han transcurrido casi 40 años desde que Edward Said publicó, en 1978, Orientalismo, una obra que marcó profundamente los estudios culturales. Aunque no fue el primero en hacerlo, Said estableció de manera contundente que el orientalismo es una racionalización del dominio colonial que define a Oriente como un objeto de estudio y, por supuesto, de deseo. El orientalismo, pues, supone una construcción ideológica que implica una concepción bipolar del mundo mediante la que se legitima el discurso de dominación de Oriente por parte de Occidente. Implica un “Ellos” (compacto, uniformizador) que se contrapone a un “Nosotros” (igualmente simplificado). Sin embargo, hay que tener en cuenta que Oriente, en este contexto, es un espacio simbólico que no debe confundirse con el concepto homónimo relativo a la geografía física. Por el contrario, la ubicación del “Otro” se reparte por todos los confines de la tierra, por cualquier región susceptible de ser colonizada: desde India, China y Japón hasta América Latina, pasando por los países árabes. Además, hay que tener en cuenta que, con la globalización, el “Otro” ya no está ubicado únicamente en el exterior, en un lejano país, sino que puede hallarse también en el interior mismo de Occidente. Esta imposibilidad de levantar fronteras que impermeabilicen la esencia de Occidente ante lo que se percibe como una amenaza provoca temor, y éste genera, a su vez, una gran violencia. Ante este estado de cosas se observa que la práctica del orientalismo, lejos de perder importancia, sigue más vigente si cabe que en cualquier otro momento de la historia.
En su versión artística, el orientalismo florece mediante la pintura y, algo más tarde, la…