A pesar de los obstáculos, el proyecto euromediterráneo ha hecho progresos: co-apropiación, estabilidad institucional y geometría variable son algunos de los logros.
En julio de 2008, los jefes de Estado y de gobierno del Partenariado Euromediterráneo decidían en París abrir una nueva etapa en el Proceso de Barcelona creando la Unión por el Mediterráneo (UpM). En el ambiente de euforia compartida que gobernó la reunión, los líderes de ambas riberas del Mare Nostrum se felicitaban del paso histórico que estaban dando, pero conscientes de los retos –nuevos y antiguos– que a corto plazo encontraría, inevitablemente, la articulación de su ambicioso proyecto.
Algo más de dos años después de la constitución de la UpM y en la perspectiva Barcelona+15, puede hacerse un primer balance. Como en el caso de la cumbre Barcelona+10, celebrada en la capital euromediterránea en 2005, que motivó un aluvión de estudios, informes y opiniones sobre los logros de la primera década del proceso, es esperable que el aniversario de los dos años de vida de la UpM dé lugar ahora a un similar interés por parte de politólogos, investigadores y expertos, reflejando con ello el tradicional activismo y la diversidad en la opinión pública euromediterránea. También como entonces, los juicios serán dispares, las luces y las sombras convivirán y la botella volverá a verse medio vacía o medio llena según el enfoque que se elija.