Las protestas seguirán pesando sobre los gobiernos si no se utilizan los recursos de un África rica para satisfacer, al menos, las necesidades básicas de sus habitantes.
Parece difícil defender que no era de esperar que la Primavera Árabe se extendiera al resto de África e insistir en que sigue siendo improbable cuando, mientras se escribe este artículo, en Senegal se está viviendo uno de los momentos de mayor tensión pre-electoral de la historia de su democracia “moderna”. Sin embargo, esta afirmación puede resultar menos incoherente si frente a la generalización se buscan las particularidades. No solo las de un África subsahariana diversa, sino las de una región cuyos los elementos comunes también ayudan a entender como un todo, aunque sea a costa de la simplificación.
Durante la primavera de 2011 resultaba sencillo escuchar voces jóvenes de la diáspora africana que mantenían que lo que estaba sucediendo en el norte ocurriría pronto al sur del Sáhara. O leer palabras como las de la activista pro Derechos Humanos y premio Nobel, Wangari Maathai, quien meses antes de fallecer, declaraba: “Un viento está soplando. Se dirige hacia el Sur y no podrá ser reprimido por siempre”. De hecho, durante los primeros meses de 2011, el efecto contagio llegó a tomar cierta forma en algunos países como Burkina Faso, pero las protestas fueron contadas y duramente controladas. Eso sí, no sin dejar constancia de que una parte de la población está cada vez más dispuesta a defender sus derechos políticos…