Al cierre de esta edición, el cónclave cardenalicio elegía al nuevo Papa, Benedicto XVI. Comienza una nueva etapa para la Iglesia católica, tras un largo pontificado marcado por tantos hechos de trascendencia internacional. Con la muerte de Juan Pablo II terminó definitivamente la era de la guerra fría: Karol Wojtyla era el último de los líderes que, además de testigo directo del derrumbe del muro de Berlín, gestionó la adaptación del mundo a una nueva época. Juan Pablo II fue incluso uno de los motores principales de aquella transformación.
Tendrían que pasar varios años para poder valorar adecuadamente las implicaciones de la elección de un Papa polaco en 1978, una personalidad que había vivido directamente tanto el comunismo como el nazismo. Del mismo modo, es aún pronto para analizar debidamente el alcance internacional –la dimensión que interesa a esta publicación– de tan largo pontificado. Mientras Antonio Pelayo escribe sobre los asuntos pendientes que esperan a Benedicto XVI, Ramón Armengod y Samuel Hadas hacen una primera aproximación al legado de la política exterior de Juan Pablo II.
A mediados de marzo nos abandonó, a los 101 años de edad, otra personalidad del siglo XX, George Kennan. “Padre” de la política de contención durante la guerra fría, Kennan fue el primer director de planificación del departamento de Estado de Estados Unidos y un extraordinario historiador diplomático. Refugiado en Princeton tras abandonar el servicio exterior a mediados de los años cincuenta, se convirtió en voz moral, en muchas ocasiones crítica con la política exterior de su país. El paso a otra época lo confirma el último documento de estrategia de seguridad nacional de EE UU, de 2002, donde se afirma la inutilidad de la contención para hacer frente a las nuevas amenazas.
En realidad, es una estrategia que no puede darse por muerta….