La pretensión soviética de instaurar el reino de la abundancia no pudo resultar más fallida. La gran utopía del siglo XX ha sido un penoso atajo que no ha llevado a ninguna parte. Pero quien concluya que el mercado y la empresa privada merecen por ello una adoración incondicional está exagerando. La transición en el centro y este de Europa, entre ellas las repúblicas ex soviéticas, muestra con claridad que, para funcionar debidamente, el mercado necesita muchos inputs que por sí solo no produce.