Se alude a menudo a China como “el gigante asiático”. Ya Napoleón, haciendo gala de su capacidad de anticipación geoestratégica, virtud esencial del hombre de Estado, describió China como un “gigante dormido” y aconsejó dejarlo dormir, porque “el día que despierte, el mundo temblará”. Lee Kuan Yew, dirigente singapurense al que acudían como al Oráculo de Delfos, en especial para preguntar sobre China, todos los presidentes norteamericanos empezando por Richard Nixon (que lo consideraba el estadista que más le impresionó de todos los que había conocido), dijo en 2010: “El tamaño de China produce tal alteración en la balanza global que el mundo debe encontrar un nuevo equilibrio en 30 o 40 años. No se puede pretender que sea un gran jugador más. Es el mayor jugador de la historia”. Es, ante todo, una cuestión de tamaño.
Con 9,59 millones de kilómetros cuadrados, la extensión de China es casi igual a la de Estados Unidos, 9,83 millones, solo superada por Canadá (9,87) y Federación de Rusia (17 millones). Su población era, en 2018, de 1.415 millones: equivalente a las de Norteamérica, Suramérica y Europa juntas. Si en 1970 contaba con 16 ciudades de más de un millón de habitantes, en 2017 tenía 102 (frente a 46 de EEUU y 55 de Europa). Shenzhen, el fenómeno de desarrollo urbano más rápido de la historia, pasó de 30.000 habitantes en 1980 a más de 10 millones en 2018. La población urbana china aumentó de 171 millones (17,9% del total) en 1978 a 856 millones (59,7%) en 2019.
La evolución del PIB de China en 2020 alcanzó el 73% del de EEUU a precios de mercado y lo superó en un 16% en paridad de poder adquisitivo (PPA). La renta per cápita china, en PPA, era en 1980 de 302 dólares, frente a…