El 17 de diciembre de 2014, Barack Obama y Raúl Castro anunciaron que habían llegado a un acuerdo para poner fin a más de 50 años de hostilidades entre los gobiernos cubano y estadounidense y normalizar las relaciones bilaterales. El anuncio televisado que simultáneamente hicieron ambos presidentes ha sido uno de los momentos álgidos en la historia reciente del continente americano, comparable quizá a la victoria de la revolución en Cuba en 1959 o a la decisión de Washington de devolver a Panamá el canal homónimo en 1979. La noticia fue recibida con gran sorpresa.
Tras más o menos año y medio de negociaciones secretas, en las que se contó con la asistencia del papa Francisco, ambos gobiernos acordaron intercambiar cierto número de destacados presos y restablecer relaciones diplomáticas. Las autoridades cubanas se comprometieron a liberar a una cincuentena de disidentes políticos, mientras que las estadounidenses accedieron a ir desenredando la telaraña de restricciones al comercio y otros intercambios entre ambas naciones. La propuesta de reconciliación recibió el aplauso unánime de los países de América Latina y el Caribe y se celebró en todo el mundo. Contó con el apoyo de la mayoría de la población de EE UU y de Cuba.
A lo largo de 2015, los dos gobiernos han realizado avances sustanciales en el trazado de un nuevo rumbo diplomático. Ambos parecen haberse instalado en el respeto y confianza mutuos. Aun así, son muchas las cuestiones relativas al proceso de reconciliación que siguen sin respuesta. Entre ellas destacan las siguientes: ¿Hasta dónde puede llegar la normalización entre dos países vecinos con profundas diferencias políticas, económicas e ideológicas, a las que se suma un largo historial de conflictos? ¿Qué impacto tendrá ese nuevo tipo de relación sobre cada uno de ellos? ¿Cómo afectará la mejora de las relaciones entre…