Con la visita de Xi Jinping a España, a finales de noviembre de 2018, y su afirmación de que las relaciones hispano-chinas “se encuentran en uno de los mejores momentos de su historia”, podemos dar por superada la etapa de desencuentro, ocasionada por las decisiones judiciales contra exdirigentes chinos dictadas en aplicación de la justicia universal. La congelación que provocó en las relaciones políticas bilaterales explica que Xi no visitara España durante su primer mandato presidencial, si bien el presidente Mariano Rajoy, que deshizo el entuerto, viajó dos veces a China, en 2014 en visita bilateral y en 2017 para asistir en Pekín a la cumbre sobre Una Franja, Una Ruta (BRI, por sus siglas en inglés). China dejó de llamarnos su “mejor amigo en Europa” (como había hecho durante 25 años gracias a la comprensiva actitud del gobierno de Felipe González tras los sucesos de Tiananmen, en junio de 1989, y al excelente trato que el entonces presidente del Comité Olímpico Internacional, Juan Antonio Samaranch, Samaranchi, siempre le dispensó). Ahora nos considera “uno de sus mejores amigos en Europa”. La confianza estratégica se ha restablecido y, en consecuencia, es de esperar que la visita presidencial abra una etapa de intensificación de la relación bilateral. Cualquier nuevo intento de retomar la justicia universal llevaría, como advirtió el ministro Josep Borrell, a otro descalabro en las relaciones bilaterales.
Dicho esto, sigue siendo verdad que la sociedad española, en general, no percibe en su verdadera dimensión lo que ha ocurrido en China durante las cuatro últimas décadas, que literalmente ha cambiado el mundo en lo económico y en lo geopolítico. Con todas las excepciones que se quiera, empezando por la Casa del Rey: Felipe VI ha estado cuatro veces en China, y sus hijas, la princesa de Asturias y su hermana, estudian…