Éxito comercial con actores de identidades diluidas, espaldarazo estético con inmigrantes que asumen su arabidad, los ‘árabes’ son una fuerza motriz del cine francés.
Al acabar la guerra de Argelia, la figura del “árabe” emerge en las pantallas. Al tiempo que se borra la imagen del sujeto musulmán bajo el imperio colonial, se detecta una mayor presencia del trabajador inmigrante, sobre todo a partir de Mayo del 68. Es cuando las cámaras se vuelven hacia los olvidados de la sociedad de consumo y, en la efervescencia del momento, no solo surge un cine comprometido, sino también películas de directores llegados del Magreb, obras precarias hoy ya olvidadas, de distribución discreta. A pesar de esta emergencia a principios de los años setenta, habrá que recorrer un largo trecho antes de que el séptimo arte reconozca la presencia de los cineastas magrebíes, sus personajes se impongan y las imágenes de los inmigrantes, marginadas durante años, puedan por fin saltar a primera fila.
Primeras pruebas
Verano de 1968. Determinadas obras de ficción siguen alimentando un sentimiento de alteridad con respecto al “árabe”. Muestra de ello es Angélique et le Sultan (Borderie, 1968), película que sigue a Michèle Mercier en sus peripecias orientales. La obra propone a los espectadores a un Sultán con barba, codicioso, un bribón dispuesto o todo con tal de lograr sus objetivos con la bella Angélique. Sin embargo, la última intriga de lo que fue un éxito mundial parece poner fin al género del cine colonial. En 1970, soplan vientos nuevos para el cine, con una ola de producciones comprometidas como Élise ou la vraie vie (Drach, 1970), que narra la historia de amor imposible entre un obrero argelino y una francesa, con la represión policial como telón de fondo. Unos decorados lejos del exotismo de pacotilla y un género que sienta las bases de las primeras películas de los directores de origen magrebí.
Estos primeros cineastas inmigrantes –como Ali Ghanem(Mektoub ?, 1970; L’Autre France,…