POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 126

Crónicas de un diplomático

Domingo del Pino
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Corresponsal en el extranjero y diplomático, al igual que periodista “nacional” y político, eran profesiones a menudo en competencia y tal vez por eso no siempre con buena química entre ellas. Hoy los corresponsales permanentes en el extranjero son escasos y la presencia de periodistas en los escenarios internacionales se limita a las grandes crisis y conflictos. En los años setenta, la rivalidad más enconada era tal vez entre colegas que cubrían la información nacional y los políticos, hasta que surgió una división entre medios y periodistas a favor del gobierno, y medios y periodistas a favor de la oposición. La imprevisibilidad y la independencia del periodista han dejado de ser apreciadas, pero tampoco la política y la diplomacia son lo que eran. Nadie puede anticipar el efecto negativo de ese recorte brutal de opciones y matices en una ciudadanía aparentemente mal soldada después de su trauma civil y dividida casi al 50 por cien sobre casi todo asunto, trascendente o banal.

Cuando POLÍTICA EXTERIOR me pidió que escribiera una recensión sobre Daños colaterales. Un español en el infierno iraquí, del embajador Ignacio Rupérez, sentí satisfacción por la oportunidad de comentar un libro de un asunto que me apasiona, pero pensaba que podría ser un análisis más preocupado –como es habitual en Occidente– por cómo saldrá Estados Unidos del berenjenal en que se ha metido que por cómo reconstruirán su vida los iraquíes cuando el ocupante se marche. El discurso dominante de los grandes medios de comunicación impide que la opinión pública sea consciente de la magnitud de los destrozos materiales y sociales, morales y culturales, que se han infligido a Irak. La pérdida en vidas humanas no permite ver todavía con claridad la destrucción de todos los resortes que mantenían soldada a una sociedad que los…

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