Los medios, tradicionales y alternativos, y la instauración de un Estado de derecho, donde no quepa la impunidad, llevarán a Egipto, se quiera o no, a una verdadera democracia.
Todavía aturdida por el efecto de los 18 días de revolución egipcia, la primera conclusión que una
extrae al mirar atrás y sentarse frente a la pantalla del ordenador para hablar de esos momentos o explicarlos es que, sin duda, resulta mucho más fácil observar, analizar o describir la historia que vivirla o participar en ella. Vivir un momento de la magnitud de una revolución que cambia radicalmente el curso de los acontecimientos de un país, de una región, del mundo entero, exige a menudo la capacidad de tomar caminos extremadamente inciertos y peligrosos. Implica ser capaz
de avanzar hacia lo desconocido, en pos de un ideal, a veces sin reflexionar ni pensar demasiado en las consecuencias. ¿Cómo explicarlo? ¿Es necesario hablar de las profundas emociones experimentadas, de la resignación que se siente cuando el valor de los jóvenes es más fuerte y poderoso que el temor de sus familias? ¿Hay que pensar en las lágrimas derramadas en los momentos de aflicción, al no conseguir contactar con los seres queridos? ¿Qué sentimiento debe invadirnos al contemplar las imágenes de una masacre e imaginar que entre las víctimas puede haber un amigo o alguien próximo?…