El 16 de septiembre de 1923, apenas una semana antes del golpe militar de Miguel Primo de Rivera, Manuel Azaña escribía en la revista España que “ciego estará (ciego de soberbia) quien no advierta que los moros influyen en España mucho más que los españoles influimos en Marruecos”. Era en plena guerra de Marruecos, que había marcado y seguiría marcando la vida política española. Llama la atención que, 100 años después, el comentario siga aún vigente de algún modo. Al menos para la opinión pública española y buena parte de los analistas. Azaña apoyaba sus razones en las penalidades bélicas de la época, para acabar asegurando “que Marruecos nos domina mucho más que nosotros lo dominamos”. Y concluía: “Desde la invasión napoleónica, España no había vuelto a estar tan oprimida por un poder extranjero”.
No saquemos tan rápido conclusiones hiperbólicas, porque naturalmente, las circunstancias actuales son bien diferentes. Sin embargo, la impresión en España es que Marruecos marca la agenda de las relaciones bilaterales transcurrido casi un año desde que el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, escribiese al rey marroquí, Mohamed VI, expresando con el adverbio “más” su preferencia por la solución preconizada por Marruecos para resolver el conflicto del Sáhara Occidental.
Prueba de ello fue el voto el pasado enero de los 17 eurodiputados socialistas españoles en contra de la resolución crítica, debatida en el Parlamento Europeo, sobre la política de derechos humanos de Marruecos. Peligraba la Reunión de Alto Nivel (RAN) entre Marruecos y España, la primera en siete años, que tanto había costado convocar. El voto en contra de sus correligionarios europeos –votando igual que formaciones de extrema derecha– ha tenido sin duda su coste político y ha obedecido a la presión sobre unas relaciones frágiles ejercida por Marruecos, cuyo objetivo es lograr un apoyo total…