No es en los temas comunitarios o étnicos donde hay que buscar la solución a los problemas de legitimidad de los Estados árabes, sino en las políticas económicas y sociales.
Los Estados que surgieron del desmembramiento de las antiguas provincias árabes del Imperio Otomano se encuentran en una situación de crisis casi permanente, latente o abierta. Las revueltas de 2011 pusieron de manifiesto la importancia del malestar que, sin embargo, ya era muy visible desde el inicio de la independencia de estos Estados entre 1940 y 1960, tras el periodo de dominación colonial europea.
Podemos mencionar en primer lugar la incapacidad de los Estados árabes para frenar al Estado naciente de Israel en 1948-1949 y para impedir la oleada de refugiados palestinos que huían de los combates y las masacres. A continuación, se produjo el incendio del centro del Cairo en 1950 atribuido bien a los Hermanos Musulmanes, bien a los comunistas, y luego el golpe de Estado militar de 1952, seguido de dos años de incertidumbre antes de que se impusiese la fuerte personalidad de Gamal Abdel Nasser y que el régimen monárquico se aboliese definitivamente.
Mientras, Siria sufrió dos golpes de Estado, en 1949 y luego en 1950, de corta duración, seguidos de un tercero que terminó en 1955. Más adelante, se produjo la efímera unión entre Egipto y Siria (1958-1961) en el marco de la República Árabe Unida, que se suponía que sería el primer paso hacia el cumplimiento de las aspiraciones árabes de unidad del conjunto de los pueblos árabes. En 1958, Líbano y Jordania vivieron dos crisis importantes que dieron lugar a la intervención de EE UU e Inglaterra; ese mismo año, Irak sufrió un golpe de Estado militar que también abolió la monarquía.
La década de los sesenta se caracterizó por una nueva serie…