La crisis abierta por Irak, el 2 de agosto, ha originado un alto grado de confusión mundial. Pero ha abierto paso también a algunas reflexiones. Los pueblos occidentales situados sobre la línea de los 8.000 dólares de renta per cápita descansaban en las playas, mientras la tensión aumentaba entre los pueblos árabes, algunos enriquecidos por el petróleo, otros por debajo de los 500 dólares de renta individual. Sin embargo, la crisis ha sido desencadenada por una nación árabe, rica en petróleo, contra otra, mucho más pequeña, virtualmente indefensa pero financieramente poderosa.
De inmediato se estableció (en el mundo occidental, en la Unión Soviética y en otros países, árabes o no) una primera conclusión que rebasaba los meros intereses energéticos.
De quedar sin respuesta, la invasión de Kuwait por Irak abriría la puerta a una sucesión de conflictos regionales y a una peligrosa situación de inestabilidad generalizada. Con todas sus carencias y defectos, era necesario defender la imperfecta estructura del orden internacional vigente. El principio reconocido de la integridad territorial de los Estados y la inviolabilidad de las fronteras no podía ser transgredido por una nación sin consecuencias. El hecho de que la respuesta fuera canalizada desde el día 3 de agosto a través del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, indicaba a Irak que la réplica a la invasión no dependía de una nación o de una alianza de naciones sino de la comunidad internacional como tal.
Otra cuestión es que la respuesta no pudiera hacerse realidad más que a través de la fuerza militar de Estados Unidos. Una segunda conclusión en este sentido surge con la evidencia que los hechos nos muestran a la hora de responder a una amenaza apoyada en la fuerza: sólo Estados Unidos se ha comportado como una gran potencia mundial. Esto es, con…