En marzo de 2021 muchos medios de comunicación han recordado que hace 10 años empezó la guerra de Siria. Pero no debería olvidarse que ese mismo mes de 2011 no había guerra en Siria sino calles llenas de gente animada y esperanzada en un futuro mejor que participaba por primera vez en manifestaciones. En esa revuelta ciudadana también estaba una recién licenciada en periodismo, Zaina Erhaim (1985), que respiró el ambiente del momento en manifestaciones en Damasco, y también en Idlib, su ciudad natal, junto a su madre y otras parientes. De vuelta en Londres, donde estudiaba, trabajó a distancia para los Comités de Coordinación Local que organizaban las protestas ciudadanas durante ese 2011. Luego, cuando la represión ya hacía tiempo que había precipitado el estallido de violencia, volvió en 2013 a la Siria controlada por los rebeldes como periodista y coordinadora de un proyecto en Alepo del Institute for War and Peace Reporting, una entidad creada por periodistas para dar voz a quien lucha contra la desinformación, el discurso del odio y la propaganda en situaciones de conflicto. En 2015, su labor periodística, su secularismo y sus críticas a los abusos de los yihadistas le valieron ser expulsada del país. También le valieron ser nominada como periodista del año por Reporteros sin Fronteras.
Ahora vive refugiada en Londres, desde donde ha atendido por videoconferencia a afkar/ideas.
Afkar/Ideas: ¿Qué recuerda de ese año 2011 en el que estalló la revuelta en Siria?
Zaina Erhaim: Describiría el recuerdo que tenemos todos de aquellos días como una caja negra polvorienta. Es demasiado traumático volver atrás, abrirla y comprobar lo que ha pasado. En 2011 trabajé online desde Londres entre 16 y 18 horas al día durante semanas en la puesta en marcha de la Oficina de Comunicación de los Comités de Coordinación Local.
Ahora, con motivo de un artículo, he intentado retomar el contacto con algunas de las personas con las que colaboraba y que estaban sobre el terreno. Y he descubierto que algunas se radicalizaron y se volvieron extremistas. Uno se unió al Daesh, otro cometió un atentado suicida para el Ejército Libre Sirio, muchos fueron asesinados en prisiones del régimen porque se mantuvieron no violentos y siguieron abogando por una revolución pacífica, y muchos otros estaban tan desesperados y hartos de tanta guerra que se marcharon y empezaron una nueva vida fuera. Y francamente, yo estoy en este último grupo. No voy a cortar completamente con Siria, pero he estado trabajando últimamente sobre Irak, Libia, Marruecos o Líbano y es un alivio, en cierto sentido, abrir otros horizontes tras tantos años centrada en Siria con la desesperación que ello conlleva.
Es una manera de tirar hacia adelante.
a/i: ¿Cómo vivió las manifestaciones de 2011?
Z.E.: En el verano de 2011 tuve la oportunidad de volver desde Londres –donde estudiaba un máster en Periodismo Internacional– a Damasco y participar en una manifestación en el distrito este de Guta. Era en realidad mi primera manifestación. Y también participé en una en mi ciudad natal, Idlib, con mi madre y mi hermana, mis primas y mis amigas de toda la vida, en una especie de manifestación dirigida por mujeres. Antes de 2012 pude volver un par de veces más a Siria y empecé entonces a escribir sobre lo que veía en colaboraciones con medios como Al Hayat y Al Quds Al Arabi, pero también en un blog que creé como proyecto universitario. Era de lo poco que se filtraba fuera del país en inglés firmado por ciudadanos sirios.
«Creíamos que la comunidad internacional haría algo, que nuestro ejército no dispararía contra civiles»
a/i: Quizá es doloroso hacerle recordar en qué momento se truncó todo, ahora que intenta girar página.
Z.E.: No puedo pasar página, ojalá pudiera.
Creo que fue determinante para precipitar el conflicto la brutalidad usada por el régimen y su enfoque sectario del conflicto. El régimen usó y propagó desde un principio vídeos y contenidos en redes sociales, falsos en muchos casos, para alimentar el odio y llevar al país a una guerra civil. Por ejemplo, recuerdo que se distribuían vídeos donde se podía ver a alauitas, reconocibles por el dialecto, torturando a suníes. El régimen sabía además que su principal amenaza eran los activistas seculares no violentos y por eso fueron los primeros en ser encerrados junto a los periodistas. Y los que ayudaron a [Bashar al] Assad a sobrevivir fueron en realidad los islamistas y los extremistas que liberaron de las prisiones.
También empezó a torcerse todo cuando perdimos la ilusión en que la comunidad internacional haría algo. Al contrario de lo que ocurrió en la masacre de Hama (1982), esta vez estábamos documentando todo lo que estaba pasando y creíamos que eso haría reaccionar a la comunidad internacional. También había una cierta esperanza en que algunos oficiales del ejército no obedecieran las órdenes de disparar contra la gente. Nos equivocamos tanto en ambos casos…
También tuvieron su papel algunos países, que empezaron a financiar grupos armados para que sirvieran a sus propios intereses.
Pero si tuviera que precisar un momento exacto del punto de inflexión definitivo, diría que fue el asedio a Daraa, que empezó el 25 de abril de 2011. Nuestros propios tanques dispararon contra una ciudad donde nadie tenía armamento capaz de contrarrestar una ofensiva de ese alcance. Ahí empezamos a ver cómo los Comités de Coordinación, nacidos desde la base social del país, se disolvían y el conflicto escalaba hacia una guerra total.
a/i: Tras un año trabajando para BCC Arabic, volvió a Siria como reportera y como coordinadora del Institute for War and Peace Reporting en Alepo. ¿Qué se encontró?
Z.E.: Así es, en verano de 2013 fui afortunada porque pude moverme por el sector rebelde del país: Alepo, pero también Deir El Zor, Latakia, Idlib y Raqqa.
Y los mejores recuerdos que tengo son de Raqqa, donde las mujeres jugaron un rol muy importante en la revuelta de 2011. Era la primera vez que estaba allí y fue fascinante ver cómo las mujeres se paseaban tranquilamente sin cubrirse la cabeza, con los labios pintados, delante de yihadistas de Ahrar al Sham. Ese verano había todavía más de 50 organizaciones de la sociedad civil y ONGs locales en Raqqa y no había ni una sola en la que las mujeres no fueran la mitad. Y en las manifestaciones contra la presencia de Ahrar Al Sham, las mujeres iban en la cabecera. Yo, que venía de un suburbio de Alepo donde era la única mujer que no llevaba hiyab integral, volví a ser yo misma. Fue el último lugar en el que sentí la atmósfera de liberación política que había traído 2011. Que luego Raqqa fuera reconocida únicamente como la capital del califato de Daesh me resultaba muy fastidioso porque fue allí donde tuve, por última vez en Siria, la sensación de libertad personal y política.
«Al Assad obedece a dos países [Rusia e Irán] y no está en condiciones de ejercer solo el poder en Siria»
Pero todo eso fue antes de que Daesh se impusiera, empezara a luchar contra los rebeldes y todo se volviera muy caótico. Había muchos conflictos en un solo y esa paradoja no estaba bien cubierta ni en prensa local ni en la internacional. Fuimos ingenuos en describirlo como un conflicto bidimensional, con buenos y malos, cuando había de todo en ambos bandos. Y ofrecer esa definición plana de lo que pasaba también jugó un papel claro en la polarización del conflicto. Desde mi ubicación en el área rebelde de Alepo, que algunos podían considerar “la de los buenos”, yo iba escoltada por dos combatientes islamistas que estaban dispuestos a defender mi vida hasta las últimas consecuencias, mi vida era preciosa para ellos. Pero si me quitaba el pañuelo o hablaba públicamente sobre los atropellos de su bando, podrían haberme matado sin ningún problema.
a/i: ¿Cómo valora la injerencia externa en la guerra?
Z.E.: Creo que todas las interferencias, especialmente las militares, fueron de mirada corta en el caso de Estados Unidos y de la coalición. No tenían estrategia e incluso cuando intervinieron contra Daesh, el hecho de que no se hiciera nada contra los yihadistas iraníes, que estaban luchando en una tierra extranjera, fue uno de los aspectos que más alimentaron la sectarización del conflicto en la región. Los suníes veían ahí un doble rasero y vi entonces entre ellos a muchos moderados que se sintieron interpelados a unirse a posiciones más extremistas. Así que incluso cuando EEUU hizo lo correcto al acabar militarmente con Daesh, estaba en realidad abriendo un frente ideológico que sigue vivo.
Por lo que respecta a los iraníes, estuvieron allí desde el principio y en las líneas del frente. Cuando se produjo la evacuación de Alepo, la existencia de puntos de control iraníes, rusos y del ejército sirio fijó en la mentalidad de la gente la noción de que había tres autoridades en el país. Y que el ejército regular sirio era el último en esa jerarquía.
De hecho, cuando se empezó a decir que el régimen había ganado, me preguntaba ¿qué es lo que ha ganado?, ¿cuándo ha ganado? Desde mi punto de vista, ahora Al Assad obedece a dos países y no está en condiciones de ejercer solo el poder en Siria. Creo, en definitiva, que él también ha perdido.
a/i: Aunque la sociedad siria ha perdido más.
Z.E.: Todos perdimos. Los que estamos desplazados, en el exilio, los que se quedaron y a duras penas pueden conseguir el sustento diario. No importa en realidad en qué lugar del país estabas porque todo el mundo sufre las secuelas de la guerra. Algo que se ha complicado además ahora con el impacto de la Covid-19. Por mucho que el ministerio de Sanidad sirio insista en que solo han muerto unos centenares de personas, solo hace falta seguir los obituarios y muestras de consuelo en Facebook y redes sociales (solo en mi Facebook veo una veintena diarios) para darse cuenta de que el alcance real de la pandemia es mucho más grande. Según una investigación con la que estoy colaborando, en Damasco hay más del doble de muertes que en un año normal.
«Toda una generación de mujeres eran niñas cuando la revuelta empezó, no tienen ninguna educación»
a/i: En medio de ese conflicto, y en tanto que coordinadora en Alepo del Institute for War and Peace Reporting, consiguió formar a periodistas locales.
Z.E.: Sí, algo de lo que me siento muy orgullosa. Al principio empecé invitando a los que ya hacían periodismo ciudadano, pero solo venían hombres. No había ninguna mujer local periodista en ese momento y era algo que, como feminista convencida, quise cambiar. Pedí a una amiga que hacía un taller de trabajos manuales en el mismo centro que preguntara a sus alumnas si querrían apuntarse. El primer día vinieron cinco. Al siguiente día ya eran 14. La mayoría eran amas de casa, que venían con sus hijos y cuyos maridos y familias menospreciaban el taller y no creían que ellas pudieran dedicarse al periodismo. Tuve incluso que poner a un docente a hacer de canguro de los niños. Pero lo importante es que al menos cinco de las que participaron en esa formación se han convertido no solo en reporteras y sostén económico de sus familias, sino que también acabaron formando a otras. Para mí, para quien el conflicto ha supuesto dolor y pérdida, ésa es la única satisfacción que tengo ahora de ese periodo: haber podido dar a esas mujeres la oportunidad de convertirse en periodistas. De lo contrario, no lo hubieran conseguido porque la mayoría de las formaciones de ese tipo se hacían fuera de Siria. Muy pocas mujeres podían salir a Líbano o Turquía para formarse, mientras yo podía hacerlo en su casa. Y si no lo hubiera hecho no tendríamos ahora unas 50 periodistas trabajando en Idlib y Alepo, lo cual me hace sentir que mi experiencia en Alepo valió la pena.
a/i: ¿Aunque la labor periodística que se puede hacer ahora sea tan limitada?
Z.E.: Efectivamente, ahora todo es completamente diferente. Está claro que no pueden abordar grandes temas, pero aunque solo puedan denunciar cuestiones sociales, como los problemas en los centros de salud, ya es un logro. Desgraciadamente también he visto cómo muchos periodistas se han pasado a la propaganda. Se mueven por intereses sectarios. Es una de las consecuencias de una guerra tan caótica; y creo que esto se aplica a la región, lo puedes ver también en Líbano o Irak.
Pero creo que conseguimos cosas fundamentales, como que esas periodistas adquirieran la libertad que les da la autonomía económica, y que consigan publicar y denunciar temas sociales. Y francamente, si alguna me pregunta mi opinión sobre temas más espinosos, la disuado de publicarlo porque dentro de Siria nadie va a ser capaz de defenderla. Acabo siempre recomendándole que guarde el tema para cuando pueda ser publicado sin temer por su propia seguridad o la de su familia.
a/i: ¿Cree que estas y otras mujeres que se han convertido en sostén económico de sus familias durante la guerra pueden ser decisivas en el futuro?
Z.E.: De entrada, creo que hay muchas situaciones diferentes, incluso en una misma provincia, y que no es posible generalizar. Por ejemplo, en algunos municipios se ha vivido con el temor de que mujeres e incluso niñas de 13 o 14 años fueran forzadas a casarse con miembros de grupos armados. Entonces las casaban con primos para garantizar que no serían forzadas a casarse o que se las llevaran secuestradas. En ese sentido, se han dado pasos atrás para la mujer. En cambio, en otras áreas es cierto que se han visto obligadas a convertirse en el sostén económico de las familias por la ausencia de los hombres. Ciertamente, para las que se han empoderado y se han independizado es difícil que haya una vuelta atrás. Pero no debemos olvidar que hay toda una generación de mujeres que eran niñas cuando la revuelta comenzó y que no tienen ninguna educación. Han perdido 10 años de su vida.
E igualmente, cuando la historia se escriba, volveremos a ver que las mujeres son dejadas de lado. No van a ser tomadas seriamente y sus historias no se contarán a no ser que alguna mujer lo haga.
«Europa busca una relación más profunda con los países del sur del Mediterráneo»
a/i: ¿Cree que es posible hablar ya de la reconstrucción del país?
Z.E.: No soy una experta en política. Ahora es inconcebible hablar de elecciones o periodos de justicia transicional. Sin un primer gesto de liberación de todos los detenidos y de admisión por parte del régimen de tantas muertes bajo torturas, no hay ninguna posibilidad de empezar ni tan siquiera a considerar la reconstrucción.
Sin este tipo de reconocimiento, no quiero que mi casa sea reconstruida, prefiero que quede en ruinas. No quiero que sea reconstruida al precio de esos cientos de millares de víctimas, muchas de las cuales no estaban ni siquiera implicadas en ningún bando.
Sin ese dossier resuelto, ninguna organización o país que respete los derechos humanos debería participar en ningún tipo de esfuerzo de reconstrucción.
a/i: Comentaba al inicio de esta entrevista que se está abriendo a otros horizontes.
Z.E.: Estoy haciendo trabajo de consultoría y de formación en comunicación con un par de organizaciones internacionales que trabajan en Irak, Marruecos, Egipto, Líbano y Libia. Y acabo de fundar en Reino Unido la organización Shams For Equity And Social Justice con la que quiero promover la igualdad de género y los derechos de las mujeres y del colectivo LGTBIQ en el Norte de África y Oriente Medio.
Y entre mis proyectos siempre está poder explicar algún día todas las historias de lo que viví en Alepo. Quizá consiga quitarme un peso de encima y pasar al menos un poco la página de la tristeza y el dolor que me acompañan desde entonces.