El escenario de resolución de la emergencia sanitaria provocada por el Covid-19 está lleno de incertidumbres. La dimensión final de su impacto en la sociedad depende de factores que aún desconocemos, como la fecha de desarrollo de la vacuna, la efectividad de nuevos tratamientos o el comportamiento de la inmunidad.
Las consecuencias económicas también dependen de la respuesta política a la crisis. Y en un mundo globalizado los países no solo dependen de sus propias decisiones, sino también de las ajenas, con o sin acuerdos y coordinación internacionales. Observamos con preocupación que proliferan argumentos contraponiendo la contención de la pandemia a la mitigación de sus consecuencias económicas, mientras las respuestas geopolíticas responden más a tacticismos que a un reconocimiento de las interdependencias entre Estados. Pero ni los enfoques en compartimentos estancos funcionan ni ninguna ventaja relativa merecerá la pena si el entramado global de relaciones económicas se viene abajo. El mundo necesita una respuesta coordinada, en la que la dimensión sanitaria y económica se complementen y la coordinación evite que tropecemos en los eslabones débiles, porque solo es posible una salida común.
‘Shock’ sanitario colectivo pero asincrónico
La pandemia del Covid-19 tiene la singularidad de impactar al mismo tiempo en todos los continentes y territorios. No hay frontera que confiera protección. Países que observaban como espectadores el estallido en otros lugares acaban viéndose afectados y, la mayoría entran en macabras curvas de progresión exponencial de casos y muertos. El shock es colectivo y, por tanto, requiere una acción global para su abordaje. A priori, el virus no discrimina, pero la estructura demográfica, el nivel de salud prevalente, la intensidad de las interacciones sociales, las acciones preventivas adoptadas, la adecuación del sistema sanitario o incluso el puro azar epidemiológico pueden hacer que tenga un impacto asimétrico importante.
Además,…