Sin triunfalismo alguno puede afirmarse que la Compañía de Jesús sigue siendo la más importante de las congregaciones religiosas masculinas de la Iglesia Católica. No solo por sus números –que han sufrido una importante reducción en las últimas décadas– sino sobre todo por la calidad de sus instituciones, por la preparación espiritual e intelectual de sus miembros, por el influjo que tiene en otras órdenes religiosas.
La elección de Jorge Mario Bergoglio, jesuita hasta la médula, ha sido un hecho sorprendente que la Compañía ha decidido vivir sin caer en ninguna autosatisfacción; más bien interpretándola como una exigencia añadida a su voto de obediencia al Papa que como una promesa de benevolencia pontificia. Pero Francisco al mismo tiempo ha dado pruebas de su identificación con el “espíritu ignaciano” (de san Ignacio de Loyola, el fundador) y ha mantenido con los jesuitas un permanente diálogo sobre la vida religiosa y las formas de su presencia evangelizadora en el mundo.
De todo esto hablamos con el padre Adolfo Nicolás en la curia generalicia de Borgo Santo Spirito, tan cercana al Vaticano, y este es el fruto de nuestra conversación.
PREGUNTA: El 13 de marzo se cumplió un año de la elección del primer Papa jesuita de la historia. ¿Cómo vivió usted y la Compañía de Jesús este acontecimiento y cómo han sido las relaciones con el papa Francisco en lo personal e institucional?
RESPUESTA: Nos produjo una gran sorpresa porque estábamos convencidos de que un jesuita nunca sería Papa. La sorpresa, creo, fue doble: para nosotros y para el propio cardenal Bergoglio, pero su reacción posterior ha sido decidida y generosa ante algo que intuía venía de Dios.
He leído en algunos blogs norteamericanos, bastante aficionados a las intrigas cinematográficas, que existe una especie de conspiración para hacernos con el…