Mi teoría sobre la democracia es muy fácil de entender por todos. Pero su problema fundamental difiere tanto de la secular teoría de la democracia aceptada por todo el mundo, que me parece que esta diferencia no ha sido asimilada, precisamente por la simplicidad de la teoría. Mi formulación evita conceptos altisonantes y abstractos como “soberanía”, “libertad” o “razón”. Naturalmente, creo en la libertad y en la razón, pero no creo que nadie pueda construir con estos términos una teoría simple, práctica y fructífera: Son excesivamente abstractos y se corre constantemente el riesgo de utilizarlos de modo indebido, y, naturalmente, la definición no conduce a ninguna parte.
Este artículo se ha dividido en tres partes principales. La primera define, brevemente, lo que podría llamarse la teoría clásica de la democracia: la teoría de la soberanía del pueblo. La segunda es un breve esbozo de mi teoría más realista. La tercera constituye, principalmente, un esquema de ciertas aplicaciones prácticas de mi teoría, en respuesta a la pregunta “ ¿Qué diferencia práctica supone esta nueva teoría?”.
La teoría clásica
La teoría clásica es, en síntesis, una tesis según la cual la democracia es la soberanía del pueblo y por tanto el pueblo tiene derecho a gobernarse. La afirmación de que el pueblo tiene este derecho puede apoyarse en múltiples y variadas razones; sin embargo, no será necesario que entre aquí en estas consideraciones. Por el contrario, examinaré brevemente algunos antecedentes históricos de la teoría y la terminología empleada.
Platón fue el primer teórico que elaboró un sistema basado en las distinciones entre las que consideraba principales formas de las ciudades-estado. Según el número de gobernantes distinguía entre: (1) monarquía, el gobierno de una sola persona, y tiranía, como forma distorsionada de la monarquía; (2) aristocracia, el gobierno de unos cuantos hombres…