Contra la injusticia fiscal
Dos discípulos de Thomas Piketty y catedráticos de economía en la Universidad de Berkeley, Gabriel Zucman y Emmanuel Saez, acaban de publicar El triunfo de la injusticia. Cómo los ricos eluden impuestos y cómo hacerles pagar. El subtítulo del libro deja pocas dudas respecto a su propósito. Si Piketty ha centrado sus investigaciones en los efectos sociales e históricos de la desigualdad económica, Zucman –el más mediático de los dos autores– se dio a conocer con La riqueza oculta de las naciones, una investigación exhaustiva sobre paraísos fiscales. Él y Saez contribuyeron a diseñar varias propuestas para gravar los grandes patrimonios que presentaron, en las primarias del Partido Demócrata de 2020, candidatos progresistas como Bernie Sanders y Elizabeth Warren.
El experto en desigualdad global Branko Milanovic describe a la tradición de investigación inaugurada por Piketty como “la Escuela de los Annales económica”. Se trata de un homenaje a la corriente historiográfica francesa que desarrollaron pensadores como Marc Bloch y Ferdinand Braudel, en la que primaba el interés por el estudio de grandes estructuras y procesos sociales más que de acontecimientos o figuras específicas. El triunfo de la injusticia es un buen ejemplo del género. Al andamiaje metodológico riguroso –registran un siglo de ingresos por impuestos directos e indirectos; al capital y al trabajo; locales, estatales y nacionales; sobre ventas, renta, sociedades, herencias, patrimonio…– se une el tipo de análisis –división de ingresos nacionales por centiles, siendo la clase trabajadora el 50% que menos gana, la media el 40% siguiente, los ricos el 9% encima de ambos y los ultrarricos el 1% en la cúspide– que ya es el santo y seña de esta escuela.
Saez y Zucman ponen de manifiesto, además, una vocación pedagógica que trasciende a su formación como economistas y les consagra como intelectuales públicos. En apenas 240 páginas explican por qué la recaudación fiscal es importante, cómo la capacidad de llevarla a cabo se ha atrofiado en las últimas décadas, y qué hacer para revertir esta situación y promover una mayor equidad fiscal. Lo hacen con un despliegue de datos imponente, pero sin perder la visión de conjunto ni las implicaciones socio-económicas, institucionales e incluso normativas de la cuestión.
La tendencia hacia la injusticia fiscal afecta al conjunto del mundo desarrollado, pero Saez y Zucman se centran en un caso extremo: Estados Unidos desde 1913 hasta nuestros días. Los autores demuestran que, lejos de ser “antiamericanos” , los impuestos prohibitivos para las rentas y patrimonios más altos forman parte de una extensa tradición fiscal estadounidense, revertida durante la década de los ochenta pese a su popularidad. Aunque su narración a veces peca de apresurada –resulta complementario leer a Monica Prasad, que ha desgranado el tirón popular de la cruzada anti-impuestos de Ronald Reagan–, el resultado es un estudio impecable con un mensaje poderoso.
Los autores se remontan a la América pre-independencia, destacando el contraste entre las colonias del norte –Massachusetts ya gravaba diferentes fuentes de patrimonio en el siglo XVIII– y el sur agrario, que evitaba los impuestos directos (y en especial los del patrimonio, entre el que figuraban los esclavos). El siglo XX presenció el desarrollo de un sistema impositivo cada vez más exigente con los ingresos elevados. El tipo marginal más alto del IRPF, que en 1913 era un mero 7%, estaba en el 67% cuatro años después. En 1942, Franklin Roosevelt llegaría a aprobar un tipo máximo del 94%, con el fin de abolir los ingresos que traspasasen un umbral demasiado elevado. Como en El capital en el Siglo XXI, de Piketty, las dos guerras mundiales desempeñan un papel clave limando la desigualdad económica en Occidente. Las autoridades estadounidenses incidieron en que este tipo de impuestos servirían para impedir que el país deviniese en una sociedad aristocrática, estratificada y excesivamente dependiente de la riqueza heredada, como las europeas.
Combinados con impuestos elevados de sociedades y a los ingresos de capital, así como un esfuerzo sistemático por perseguir la elusión fiscal, este sistema se encontraba en la base del capitalismo del New Deal, que permitió a EEUU desarrollar un crecimiento sostenido e igualitario durante cinco décadas. Hablamos de una época en la que existen los ricos, pero, como recogía la revista Forbes en un artículo de 1955 sobre altos ejecutivos, lujos como los grandes yates “se han hundido en el mar de la tributación progresiva (…) En la actualidad, veintitrés metros se consideran ya un yate grande”. (Hoy, por poner las cosas en perspectiva, el yate más caro del mundo vale 4.800 millones de dólares, luce baños forrados de oro y platino y contiene un cráneo de Tiranosaurio Rex en la sala de estar.)
El problema tras cuatro décadas remando en la dirección contraria ni siquiera es que el 1% más rico pague menos impuestos que en el pasado. La combinación de rebajas para los tramos más altos del IRPF, nuevas industrias de elusión fiscal –un entramado global que los autores denominan “Bermulanda”, en referencia a las Bermudas e Irlanda, dos de los mayores paraísos fiscales– y gravámenes cada vez menores a las rentas del capital –de donde las grandes fortunas obtienen más beneficios que del trabajo–, los ricos, como en su día aseveró el multimillonario Warren Buffett, pagan menos impuestos que sus secretarias. Los autores demuestran que, lejos de ser progresivo, el sistema tributario de EEUU hoy se ha vuelto regresivo: se asemeja a un impuesto plano para el 99% de la distribución de la renta, que se desploma al llegar al 1% más acaudalado. La última reforma fiscal estadounidense, aprobada por Donald Trump en 2017, no hace más que ahondar en esta dinámica.
El sistema tributario es hoy un impuesto plano para el 99,9% de los ingresos, que se desploma para los multimillonarios. El gráfico contrasta su impacto según ingresos frente a la propuesta de Saez y Zucman. Fuente: taxjusticenow
La deriva es preocupante por tres motivos. En primer lugar, por cuestiones presupuestarias. Solo con doblar los impuestos que paga el 0,001% más acaudalado de EEUU –de un 25% a un 50% de sus ingresos– sería posible entregar 800 dólares a cada adulto de clase trabajadora en EEUU, que los gastaría en la economía real en vez de aparcarlos en alguna isla caribeña. El segundo es la justicia normativa: vivimos en sociedades en las que se asume que quien más gana debe contribuir más a la sociedad, pese a que en la práctica la tendencia sea la contraria. El tercer motivo es limitar la desigualdad como un fin en sí mismo. Los autores refutan de manera inteligente las tesis de Arthur Laffer y defienden que una sociedad más igualitaria es una sociedad más dinámica, donde el ascensor social está mejor engrasado, por lo que en ocasiones merece erradicar por completo determinadas bases de tributación (como la de los ultrarricos, limitando su capacidad para percibir ingresos astronómicos en primer lugar).
Las medidas necesarias para aumentar la recaudación fiscal con frecuencia son denostadas como utópicas, al depender de entramados financieros globales que trascienden el alcance de cualquier gobierno o Estado. Saez y Zucman parten de la premisa contraria: para consolidar esta situación fue necesario el concurso de gobiernos y Estados. Bastaría con un esfuerzo sostenido y coordinado por parte de unos pocos países para comenzar a atajar el problema de la elusión fiscal global. Presionar con distintas herramientas a paraísos como Andorra, Malta o Luxemburgo; una mayor presión fiscal en los tramos superiores del IRPF; aumentos de los impuestos sobre el capital, herencias, patrimonio y sociedades. Esta combinación puede devolver las economías occidentales a un modelo de desarrollo económico más igualitario, aumentando la recaudación pero sin apenas afectar a las clases bajas y medias.
¿Realmente es posible? Si la exposición de Saez y Zucman –concisa pero expuesta con un considerable conocimiento técnico– no fuese suficiente, los autores han creado un simulador fiscal para experimentar con tipos de recaudación fiscal más ambiciosos. Se llama taxjusticenow.org.