Las llamadas tres repúblicas bálticas han adquirido un protagonismo nuevo en la dirección política de Europa. La elección de la primera ministra de Estonia, Kaja Kallas, como nueva alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad es prueba de un nuevo foco político en el continente y es parte sin duda de la respuesta a la agresión rusa contra Ucrania. Conviene, sin embargo, dedicar un espacio a entender el contexto histórico y político en el que estas viejas naciones han llegado a convertirse en actores influyentes y socios y aliados con voz propia.
Así Letonia, Estonia y Lituania, con sus diferencias, forman ya un nuevo sub-bloque europeo que compite, por mor de la amenaza rusa, por encima de su peso, en consolidada expresión boxística. De historia, lengua, religiones y cultura política diferentes comparten, sin embargo, la condición de países de frontera de los grandes imperios europeos continentales y muy especialmente, y eso es lo que importa ahora, del imperio ruso en su nueva versión putiniana.
Estas naciones, supervivientes de la historia terrible de las tierras ensangrentadas –según la definición de Timothy Snyder– aparecen de nuevo en el mundo con el derrumbe y descomposición de la Unión Soviética, que en gran parte contribuyeron a acelerar. Negando la legitimidad de los acuerdos Ribbentrop-Molotov, origen criminal de la anexión soviética de 1940, los parlamentos de estas repúblicas demostraron a todos, incluyendo a muchos líderes occidentales, que el emperador, en este caso el secretario general del Partido Comunista de la URSS, Mijaíl Gorbachov, estaba desnudo.
Hay una cierta ironía que va con este argumento jurídico de profunda significación histórica, la nulidad en origen del reparto territorial entre Stalin y Hitler de 1939, y el fin de la ensoñación de la Perestroika y de una Unión Soviética reformada….