Hoy Europa está en guerra. Han pasado algo más de tres décadas desde que las revoluciones arrasaron Europa del Este; Alemania se reunificó; los países bálticos restablecieron su independencia; y la Unión Soviética se desintegró. En 1992 floreció la esperanza de un nuevo punto de partida en la política de Europa y, de hecho, del mundo. Parecía que el conflicto Este-Oeste había llegado a su fin con un auténtico espíritu de cooperación. La diplomacia y el diálogo habían triunfado. La bipolaridad antagónica había dado paso a un nuevo orden mundial.

Boris Yeltsin, el nuevo hombre en el Kremlin, declaró en la sede de Naciones Unidas en Nueva York que hablaba en nombre de una Rusia “nueva” y “democrática”. El suyo era un país que, a diferencia de la República Popular China, se había liberado del “yugo del comunismo” y había dejado atrás la “tiranía”. La “nueva política exterior” de Moscú, dijo, estaba comprometida con el desarme, la cooperación y la paz en el exterior. La independencia de las antiguas repúblicas soviéticas, como Ucrania, fue reconocida en los tratados internacionales. Y “América y Occidente” se llamaban ahora no solo “socios” sino “aliados”.

Tres décadas después, todos los sueños de una alianza ruso-occidental se han evaporado, y no se habla de asociación. Ni mucho menos.

El 24 de febrero de 2022, las fuerzas armadas rusas invadieron Ucrania. Este flagrante acto de agresión supuso una radical escalada de un conflicto que estalló por primera vez en 2014 con la anexión ilegal de la península de Crimea por parte de Rusia y su respaldo a dos territorios separatistas en el Donbás. En 2014, Occidente respondió con protestas, sanciones y negociaciones. Pero las acciones del Kremlin en 2022 volvieron a llevar la “guerra de conquista” al corazón de Europa.

La guerra de Vladímir Putin es…