India ha sido un país relativamente próspero durante los últimos años, aunque tiene un largo camino que recorrer para lograr sus objetivos a medio plazo. El gobierno de Modi avanza en la dirección correcta. Se podría objetar que las reformas son lentas, pero el rumbo es acertado.
Desde hace mucho tiempo, India ha decepcionado a sus analistas económicos y a sus inversores, y más aún a sus ciudadanos. Este hecho se agrava cuando se la compara con el rápido desarrollo de China a raíz de sus políticas de puertas abiertas. Allá por 1978, Deng Xiaoping propuso un aluvión de reformas económicas destinadas a abrir China, que más tarde propiciaron un gran auge de la inversión extranjera. A continuación, China asumió la función de “fábrica mundial” y prosperó sobre la base de su abundante suministro de mano de obra barata y capital. La adhesión a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en noviembre de 2001 sirvió para promocionar la marca “fabricado en China”, y su presencia en el comercio mundial ha ido creciendo sin parar con el paso de los años.
Antes de embarcarse en una liberalización económica en 1991, India sufría una grave crisis económica, en la que un déficit fiscal y una deuda pública elevados repercutieron sobre la confianza de los inversores, lo que más tarde causó una enorme devaluación de la moneda. El gobierno cedió a la presión y permitió una gran devaluación frente a las principales monedas para evitar el agotamiento completo de las reservas de divisas extranjeras en julio de 1991. El Fondo Monetario Internacional facilitó un préstamo de emergencia de 2.200 millones de dólares acompañado del aguijón de las exigencias de reforma. Desde ese momento, el gobierno empezó a liberalizar el sector industrial, privatizar empresas de la economía social y reducir el control sobre la…