Más espacio marítimo para Nicaragua y soberanía para Colombia del archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. Las nuevas fronteras en el Caribe pueden redefinir la política regional.
El 19 de noviembre se ha convertido desde 2012 en un día para recordar en Colombia y Nicaragua. En el primero, porque perdió territorio, y en el segundo, porque lo ganó debido a un fallo de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya. Ha sido una de las sentencias con más repercusiones políticas, económicas y diplomáticas de los últimos tiempos en el hemisferio americano.
Para Colombia el dictamen tiene, además, un componente histórico. Desde su independencia definitiva, en 1819, el país pierde territorio. No son pocas las porciones de suelo cercenadas, las más importantes, pero no las únicas, son las de Panamá –que se separó bajo la protección y el apoyo de Estados Unidos en 1903– y las de una parte del trapecio amazónico, perdido a raíz del conflicto bélico con Perú en 1930, el que por paradoja ganó militarmente. Es un factor que no puede desestimarse. Cada pueblo arrastra su propia historia y la de Colombia está signada por la pérdida de territorio. Hay quienes vaticinan que la próxima merma será la franja de mar que tiene en el golfo de Coquivacoa, que los venezolanos denominan golfo de Venezuela.
Para Nicaragua, por el contrario, el fallo es un triunfo histórico. Daniel Ortega podría escribir la leyenda ya no del líder guerrillero sino la del presidente que le dio mares al país. El fallo le otorga derechos de explotación económica sobre un trozo de mar que podría oscilar entre 45.000 y 90.000 kilómetros cuadrados…