Dados los antecedentes y las líneas rojas que ninguno de los dos bandos va a traspasar, resulta aventurado suponer que las estipulaciones acordadas en la tregua se cumplirán.
Toda tregua que calle las armas es, en principio, una buena noticia. Y eso mismo cabe aplicar a la que, 50 días después de su inicio, ha puesto fin a la operación militar israelí “Margen Protector”. En todo caso, atendiendo a los antecedentes acumulados tras seis guerras y dos Intifadas –a las que hay que sumar las operaciones israelíes de castigo contra Gaza, “Plomo Fundido” (2008) y “Pilar de Defensa” (2012)–, resultaría fuera de lugar lanzar las campanas al vuelo, interpretándola como un paso decisivo hacia la paz en Palestina. Lo que se impone, por fuerza, es una elemental cautela teñida de desconfianza a la hora de analizar lo acordado entre Israel y la Autoridad Palestina (AP), con la tradicional mediación egipcia, y, más aún, al tratar de imaginar qué puede ocurrir a partir de aquí.
Lo primero que conviene resaltar es lo inapropiado de las declaraciones de ambos bandos proclamando la victoria. Con más de 2.000 víctimas mortales, en torno a 400.000 personas desplazadas (sobre un total de 1,7 millones de gazatíes), miles de casas destruidas y unas infraestructuras civiles de todo tipo arrasadas resulta un sinsentido hablar de victoria. Tanto los portavoces israelíes como los de Hamás aparecen atrapados en un rígido guion que les lleva a proclamar algo inexistente, por la sencilla razón de que ninguno de ellos, como se ha demostrado ya tres veces, está en condiciones de destruir definitivamente al otro. Aun así, ambos siguen sumidos en una recurrente dinámica de violencia que periódicamente desemboca en el mismo punto: muerte indiscriminada de civiles, violaciones del derecho internacional, críticas internacionales, peticiones de contención a las partes y negociaciones…