«A estas horas, no se sabe qué va a pasar con el Brexit”. La frase podría estar tomada de cualquiera de las repetidas negociaciones al filo del cronómetro que se han sucedido desde que los británicos votaron en referéndum abandonar la Unión Europea en 2016. Esta vez las cosas son distintas. A partir de enero, haya o no acuerdo sobre la futura relación comercial, la UE y Reino Unido comenzarán una nueva etapa, esta vez sí, por separado. La primera conclusión a la que llegarán las dos partes en su nueva vida es que están condenadas a entenderse.
Se respira optimismo entre los negociadores europeos que encabeza Michel Barnier. “Buen progreso” a falta de unos “últimos escollos”, ha dicho a través de su cuenta de Twitter. La pesca es el único elemento sustancial que separa a europeos y británicos de tener una relación comercial aceptable a partir de 2021. Sobre el papel, debería ser un asunto secundario, a la vista del peso de este sector y de los incentivos que tienen Reino Unido y la UE de adoptar un marco ambicioso para regular sus relaciones comerciales. Sin acuerdo todos pierden mucho más de lo que tendrían que ceder –captura arriba, captura abajo– en la negociación.
Para España el sector pesquero ha ido cayendo en importancia relativa en el PIB (ahora en torno al 1,5%). A pesar de ello, las capturas de los barcos españoles representan el 20% del total europeo. Por razones económicas y de otro tipo (¿nostalgia?), cabe preguntarse, al observar el fervor británico en un asunto que representa el 0,1% de su PIB, si la pesca ha sido históricamente un asunto conflictivo en la construcción europea. Ignacio Molina, del Real Instituto Elcano, recuerda que este asunto fue el último escollo en las negociaciones de adhesión de España en…