China, India y la Asean disponen de capacidades reciprocas para alentar un salto significativo en su progreso económico y social, siempre y cuando sean capaces de conducir con autonomía, realismo y compromiso unas diferencias que afectan a cuestiones relacionadas con la soberanía.
La evocación de un estrechamiento de las relaciones entre China e India forma parte de las tendencias principales de la posguerra fría. Ambos países concuerdan en la necesidad de avanzar hacia un orden global más favorable a las naciones emergentes, situando los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica) del que los dos países forman parte desde el principio, como un referente clave de dicho impulso. No obstante, se requiere alternativamente una intensificación bilateral de los intercambios a todos los niveles y una reducción significativa de la desconfianza que está lejos aún de verificarse. Los atractivos que suponen sus respectivos mercados y la mera suma de sus notables magnitudes, especialmente en el orden demográfico –más de 2.500 millones de personas entre los dos-, chocan con la rivalidad geopolítica.
Desde que asumió funciones en mayo de 2014, el primer ministro indio, Narendra Modi, ha incluido China en su agenda de prioridades. No podía ser de otra forma, a sabiendas del significado estratégico y el impacto global de estos vínculos, lo cual aporta renovadas esperanzas de un salto cualitativo en su relación. Aun así, Modi visitó China en mayo de 2015, un año después de tomar posesión y también después de visitar otros países como Estados Unidos, Japón, Vietnam, Francia, Alemania o Canadá, entre otros. Pese a ello, podría decirse que ambos países procuran centrarse cada vez más en los aspectos positivos de la relación sin perder de vista la cautela.
En lo económico, China es el mayor socio comercial de India. Su comercio bilateral (65.000 millones de dólares en…