La gestación de este número de ECONOMÍA EXTERIOR responde a una preocupación: ¿el crecimiento de la economía española de los últimos años ha tenido una base sólida fundada en su competitividad y buen gobierno o, por el contrario, ha respondido a una serie de afortunadas coincidencias? ¿No han venido en nuestra ayuda la concentración del turismo europeo, el tránsito de la peseta al euro, junto a la equiparación de nuestros tipos de interés a los de países sin inflación como Alemania y Francia? ¿Cuestionan estas coincidencias el que España esté o no instalada en una senda de crecimiento sostenido, donde los equilibrios macroeconómicos sustentarían la innovación y la transformación de la estructura económica en la era de la globalización?
La competitividad de la economía es un concepto escurridizo. Un país puede ser competitivo por las mismas razones que no lo es: bajos salarios comparativos que se acompañan de baja productividad; una moneda devaluada que restaura la competitividad a corto plazo pero que no la garantiza a medio y largo plazo. (La incorporación de España al euro se realizó a un tipo de cambio muy favorable; la de Alemania a uno muy desfavorable.)
Las relaciones entre competitividad, crecimiento, rentabilidad son enrevesadas. Diversos organismos, el Foro Económico Mundial es el más destacado, elaboran mediciones y conceden puntuaciones de competitividad a los países. Aunque estas nuevas mediciones cuantitativas no pretenden sustituir a los indicadores tradicionales (PIB, inflación, equilibrio presupuestario, tipo de interés, saldo de la balanza de pagos) añaden una información sugerente sobre la salud del país examinado. El Índice de Crecimiento de la Competitividad (GCI, en sus siglas anglosajonas) y el Índice de Competitividad de los Negocios (BCI) elaborados por el Foro son referentes cada vez más utilizados para valorar a medio plazo la economía de un país.
El PIB ha crecido,…