Cuando el presidente Joe Biden tomó posesión de su cargo en enero de 2021, Estados Unidos acababa de presenciar cuatro de los años más turbulentos que se recuerdan, que culminaron con la fallida insurrección en el Capitolio el 6 de enero. Sin duda, la democracia estadounidense estaba mucho más frágil que cuando Biden dejó la vicepresidencia en 2017.
El panorama en el extranjero no era más halagüeño. Los partidos populistas con tendencias xenófobas y antidemocráticas ganaban impulso tanto en las democracias establecidas como en las emergentes. Las autocracias del mundo parecían envalentonadas. Rusia reprimía la disidencia en su propio país y fomentaba el autoritarismo en el extranjero mediante injerencias electorales, campañas de desinformación y las acciones de su grupo paramilitar Wagner. Mientras tanto, el Gobierno de China se había vuelto aún más represivo en el interior y más asertivo en el exterior, al despojar a Hong Kong de su autonomía y aprovechar sus vastas inversiones financieras bilaterales para asegurar el apoyo a sus políticas en las instituciones internacionales. En febrero de 2022, sólo tres semanas antes de la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia, el presidente chino, Xi Jinping, y el presidente ruso, Vladímir Putin, anunciaron una nueva asociación estratégica que, según afirmaron, “no tendría límites”.
Pero principios de 2022 puede que sea un punto culminante para el autoritarismo. Las ambiciones de Putin de dominar Ucrania fracasaron completamente, gracias a la inquebrantable determinación y valentía del pueblo ucraniano. Putin cometió un error estratégico tras otro, mientras que el pueblo libre de Ucrania se movilizó, innovó y adaptó con éxito.
«Cuando Biden llegó a la Casa Blanca, la democracia estadounidense era mucho más frágil que cuando dejó la vicepresidencia en 2017»
Las causas profundas de la desastrosa actuación de Moscú son numerosas, y varias llevan…