POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 9

Cómo medir la fuerza militar: algunos criterios básicos

Rafael L. Bardají
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El poder, y más concretamente la fuerza militar, nunca es un absoluto, sino que debe medirse en relación a la de amigos y enemigos. Así, como es evidente que en el ámbito internacional un país es rico porque lo es por encima de otros, las fuerzas armadas de una nación son poderosas porque se ven más fuertes, porque resultan más eficaces, porque, en suma, pueden conducir a la victoria sobre las de otros países. En las guerras, el vencedor se mide con el vencido, y viceversa. De ahí que, inmersos en un orden internacional fragmentado en entidades soberanas, con intereses muchas veces contrapuestos, y con un sistema de resolución pacífica de las controversias muy disminuido, conocer a tu enemigo como a ti mismo sea un principio bien arraigado en la mente de los planificadores civiles y militares de las distintas naciones.

La obtención, recolección y evaluación de datos sobre el medio internacional donde un Estado debe conducir su política, tanto en tiempo de paz como en guerra, son misiones que hoy se hallan agrupadas en eso que se llama “inteligencia” y que popularmente se conoce como servicios secretos. En el terreno militar, la “inteligencia” cumple una función clave: medir las amenazas y subrayar las vulnerabilidades propias, algo que es tan vital para quien pretende defenderse como para el que quiere agredir. Imágenes distorsionadas de las fuerzas enemigas o de las propias, ya infravalorándolas ya sobrevalorándolas, pueden conducir a desastres como el que nuestro país sufrió enfrentándose, con más gloria que capacidad, a los Estados Unidos durante la guerra de Cuba, por ejemplo. Como escribía allá por el año 500 antes de Cristo el general y estratega chino Sun Tzu, “si me decís cuál es el soberano que posee la influencia moral más grande, el comandante en jefe más competente, el…

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