Para estudiar la calidad de los hilos de las telas, el pañero holandés del siglo XVII Antonie van Leeuwenhoek diseñó sus propias lentes, pero pronto centró su atención en el nuevo y extraño mundo que revelaban. Los identificó como “animálculos” y hoy se le reconoce como pionero de la microbiología.
Tuvieron que pasar 200 años hasta que Louis Pasteur demostrara que los microbios podían entrar en los cuerpos y causar enfermedades. Más recientemente, se ha entendido que son beneficiosos. Se ha descubierto que ciertas bacterias intestinales, o la falta de ellas, están asociadas a la depresión. El tratamiento de los trastornos psiquiátricos podría llegar pronto a través del intestino. Los microbios nos habitan y también son nuestros antepasados: la primera vida en la Tierra surgió como organismos unicelulares hace 3.500 millones de años. Como dice Jonathan Kennedy: “Vivimos en un mundo bacteriano y nosotros somos simples ocupas”.
Pathogenesis
Jonathan Kennedy
Londres: Torva
2023. 384 págs.
Kennedy es un académico especializado en política y salud mundial, y Pathogenesis es un libro sombríamente fascinante. Afirma que los microbios han tenido un profundo efecto en nuestra evolución e historia humanas, sobre todo en forma de enfermedades infecciosas. Reúne investigaciones sobre cómo bacterias, virus y similares han afectado e incluso causado acontecimientos mundiales. Los conocimientos más recientes se han obtenido mediante el análisis del ADN de esqueletos antiguos, a veces muy antiguos.
El libro comienza preguntándose cómo hemos llegado a ocupar nuestra solitaria posición como única especie humana existente. ¿Qué ocurrió con los neandertales y otras especies? ¿Son realmente los homo sapiens mucho más inteligentes, más violentos, más capaces de pensamiento simbólico y lenguaje? Cuanto más aprenden los arqueólogos sobre la cultura neandertal, menos excepcionales parecemos. Sin embargo, cada especie tenía sus propios patógenos, y parece que fue la inmunidad lo que decantó la balanza a favor del homo sapiens. Cuando las dos especies entraron en contacto –incluso se cruzaron–, los sapiens desarrollaron inmunidad a las enfermedades neandertales más rápidamente que ellos a las nuestras. Eso y su clima frío, y una población ya de por sí escasa, resultaron su perdición.
Así que el tono está marcado. La historia de la humanidad no ha sido moldeada por grandes hombres, sino por pequeños microbios. Cada migración o invasión, cada contacto o perturbación a lo largo de los siglos ha ido acompañada de la peste y la enfermedad, o estas han sido utilizadas como armas. Las enfermedades han situado a las poblaciones donde están y han dado forma al Viejo y al Nuevo Mundo. Las enfermedades han establecido fronteras y actitudes. Todos somos el resultado de una plaga tras otra.
«La historia de la humanidad no ha sido moldeada por grandes hombres, sino por pequeños microbios. Cada migración o invasión ha ido acompañada de la peste y la enfermedad, o estas han sido utilizadas como armas»
Un primer ejemplo sería la “peste neolítica”, que parece haber contribuido a una sustitución masiva de la población en gran parte del norte de Europa. Los primeros europeos, los constructores de Stonehenge, eran de piel y pelo oscuros: el hombre de Cheddar es un ejemplo. Pero hacia el 4700 AP (antes del presente), su especie sufrió un fuerte descenso de población. La posible causa se ha detectado mediante el análisis del ADN de los esqueletos neolíticos y, en especial, de su pulpa dental, donde, protegidos por el esmalte de los dientes, pueden identificarse incluso los microbios que los acompañaban. Las fosas comunes son raras en el Neolítico, pero una descubierta en Suecia, que contenía los restos de unas 80 personas, mostraba rastros de Yersinia pestis (la peste negra). En aquella época no se transmitía por las pulgas, sino por la tos y los estornudos. Probablemente llegó al norte de Europa a través de las rutas comerciales desde lo que hoy es Ucrania, donde ya había ciudades importantes.
El colapso demográfico en el norte de Europa permitió la llegada de nuevos pobladores procedentes del Este. Estas gentes tenían cierta inmunidad a las enfermedades endémicas y eran rubios y de piel clara. Hablaban una lengua protoindoeuropea. El “típico” europeo: no tan indígena después de todo.
Las plagas del mundo prehistórico dieron paso a las que dieron forma al mundo clásico (la Ilíada comienza con una plaga) y a la Edad Media, cuando la Yersinia pestis reapareció en Europa. El argumento de Kennedy es que, entre otras muchas cosas, fueron las repetidas oleadas de peste bubónica las que hicieron que la economía europea pasara de un feudalismo estancado a un sistema capitalista urbanizado, aunque a lo largo de varios siglos. (También hicieron falta varios siglos para que las poblaciones se recuperaran).
Después, a medida que los europeos exploraban y explotaban, estallaron las “plagas coloniales” que erradicaron las civilizaciones indígenas suramericanas. (Las cifras siguen siendo escalofriantes: un siglo después de la llegada de Hernán Cortés a Suramérica, una población estimada de 20 millones de nativos se había reducido a 1,5 millones, asesinados no por la voluntad de Dios o la “superioridad” europea, sino oleada tras oleada de agentes patógenos importados).
¿Por qué no fue en ambos sentidos, en una destrucción mutua? ¿Por qué los conquistadores no fueron igualmente aniquilados por los gérmenes suramericanos? Trajeron a casa la sífilis, que era espantosa pero difícilmente un intercambio justo. De nuevo, tenían mejor inmunidad. Dicho esto, hay un caso conocido de europeos que fueron abatidos. La desventura colonial escocesa en Panamá, el proyecto Darién, provocó la muerte por enfermedad de casi todos los 2.500 aspirantes a colonizadores, la casi bancarrota de Escocia y, por tanto, la unión con Inglaterra, que nos dio el díscolo Reino Unido que conocemos hoy.
Son estos legados políticos y sociales los que Kennedy pone en primer plano. ¿Qué ha dado forma al mundo? No los dioses, ni los héroes, ni siquiera los conquistadores, sino los gérmenes. Lejos de ser un desafortunado extra, aquí se los considera actores principales, aunque amorales, en casi todos los desarrollos y actitudes humanas.
«Las repetidas oleadas de peste bubónica hicieron que la economía europea pasara de un feudalismo estancado a un sistema capitalista urbanizado, aunque a lo largo de varios siglos»
Por ejemplo, el racismo. La esclavitud es tan antigua como la propia agricultura, pero solo se racializó cuando se colonizó el Caribe. Los habitantes originales del Caribe, erradicados por las enfermedades, fueron suplantados por trabajadores contratados, europeos en primer lugar. Los trabajadores negros africanos eran minoría. Pero cuando llegó la fiebre amarilla, los dueños de las plantaciones pronto se dieron cuenta de que los negros africanos no eran tan vulnerables como los europeos. Así, según Kennedy, sus inmunidades hicieron de los negros una opción económica más “racional”.
Lo mismo ocurrió en los Estados del sur de Norteamérica. La malaria llegó allí en 1680, y a partir de entonces el número de africanos esclavizados aumentó de manera espectacular, por la misma razón económica. Los dueños de las plantaciones sabían que los negros eran una mejor inversión, sobre todo los robados de lugares asolados por la malaria. “Una vez que los negros africanos quedaron inextricablemente vinculados a la esclavitud en la imaginación europea, se desarrollaron ideas modernas sobre la raza para justificar esta inicua situación”. Los pueblos nativos llegaron a ser considerados “débiles” porque sucumbían muy a menudo tras el contacto con los blancos. En el hecho de que a los negros se los considerase aptos para una vida de trabajos forzados influyeron sus inmunidades.
Todo esto es desoladoramente fascinante, y preocupante. Pathogenesis describe una condición humana absolutamente hobbesiana. ¿Seguro que en el siglo XXI estamos fuera de peligro? Difícilmente. Podemos hacer frente mejor a los patógenos que conocemos y responder mejor a los emergentes. Si no lo hacemos, dice Kennedy, se debe a la voluntad política y al legado colonial. Se desarrolló una vacuna contra el virus del Covid-19 con una rapidez asombrosa, pero los países occidentales hicieron tratos y acumularon reservas, de modo que los países africanos se quedaron sin ella, como están obligados a quedarse sin el saneamiento básico y la atención sanitaria que fomentarían el bienestar y el crecimiento económico.
Incluso dentro de un mismo país existen grandes desigualdades, sobre todo en Reino Unido y Estados Unidos. Puede que el gobierno británico haya acaparado las vacunas contra el Covid, pero opta por ignorar otros importantes problemas de salud pública, sobre todo los que afectan a los pobres. Como dice Kennedy, los viejos patógenos se reducen (viruela, cólera, tuberculosis) en gran medida gracias a las mejoras en el saneamiento y la vivienda, pero a cambio hemos arraigado enfermedades no transmisibles como las cardiopatías, la obesidad, el cáncer y la diabetes. Estas enfermedades están tan extendidas y afectan con tanta facilidad a los pobres que tienen un impacto similar al de las enfermedades infecciosas. La gente muere joven en Reino Unido a causa de lo que Kennedy llama “plagas de la pobreza”, y de lo que los médicos denominan “síndrome de la vida de mierda”, pero no hay voluntad política de intervenir.
Kennedy concluye que los seres humanos nos encontramos en una situación muy precaria. Vivimos entre microbios que mutan sin cesar, por lo que aún nos enfrentamos a graves amenazas planteadas por las enfermedades infecciosas. Cuanto más invadamos el mundo natural, más patógenos nuevos que hoy ya circulan entre animales o aves nos encontraremos. ¿Qué podemos hacer? “Hay una opción universalmente incorrecta: no hacer nada”. Debemos colaborar, dice Kennedy, y reducir las desigualdades. No parece probable que ocurra, pero en el pasado, como demuestra este libro, las pandemias han impulsado transformaciones políticas y económicas trascendentales. Depende de nosotros. ●