Obama quiere dar cobertura sanitaria a quienes están fuera del sistema y frenar el incremento de los costes de la asistencia médica. Uno de los principales problemas es que la industria de la salud ha tenido libertad total para fijar los precios y condiciones de prestación de sus servicios.
Antes de explicar la reforma de la sanidad presentada por el presidente Barack Obama y los motivos de la enorme oposición que está suscitando en Estados Unidos, hay que empezar por el principio: el sistema de salud de EE UU está al borde de la quiebra. Actualmente los norteamericanos pagan por sus servicios cerca del 17% de su PIB. En 1970, sólo el 6,5%. Y lo peor está por venir: algunos estudios afirman que el coste de la sanidad se podría doblar en los próximos diez años.
Ahora que está de moda hablar de sostenibilidad económica, llama poderosamente la atención que los responsables políticos de EE UU -desde la Casa Blanca a las dos cámaras del Congreso, los Estados y hasta a las empresas- hayan dejado pudrir una situación claramente insostenible. Pese a que los expertos llevan años advirtiendo de un más que probable colapso, la situación está absolutamente desbocada.
Esto no tendría mayor importancia si hubiera medios para seguir pagándola. Pero no es así. Las primas de las aseguradoras han subido, en los últimos años, muy por encima de la inflación (son habituales las primas mensuales superiores a los 1.000 dólares), lo que hace que resulten ya insoportables incluso para la clase media. Por lo que respecta al Estado, con 12 billones de dólares de deuda acumulada (el 80% del PIB), no está en condiciones de asumir nuevas obligaciones. De hecho tiene problemas para pagar sus sistemas públicos, el Medicare (para personas de más de 65 años) y el Medicaid…