Más de un año después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara el coronavirus SARS-CoV-2 como pandemia mundial, todavía no se han producido las dramáticas cifras de infecciones y muertes que algunos observadores preveían para África. El número relativamente bajo de muertes relacionadas con el Covid-19 en el continente africano, con independencia de los muchos factores posibles que lo explican, da la sensación de que África es resistente. A esta imagen positiva contribuye el hecho de que casi todos los países –excepto Benín, Burundi y Tanzania– adoptaron medidas enérgicas de aislamiento cuando comenzaron los brotes, respondiendo mucho más rápido que Europa y Estados Unidos, evitando así gran parte de la devastación que la enfermedad provocó en ambas regiones.
Sin embargo, todas estas buenas noticias podrían volverse malas. El número de casos va en aumento desde enero de 2021. Mientras tanto, se avecina una tormenta económica debido a las restricciones a la circulación de personas y mercancías a raíz del Covid-19. No está claro qué supondrá la pandemia para un continente cuya población crece al 2,7% anual si los PIB nacionales no mantienen el ritmo.
Más preocupante es lo que significará para las sociedades frágiles o afectadas por el conflicto en África. La pandemia no ha alterado ni empeorado el panorama de los conflictos, pero a menudo ha resultado ser una distracción. La necesidad de contener la pandemia desvió el rumbo de los trabajos de la Unión Africana (UA) para “Silenciar las armas”, un ambicioso plan para acabar con los conflictos en el continente para 2020. La organización ha ampliado en 10 años el plazo del proyecto. Por supuesto, la UA ha acertado al dar un giro para hacer frente a la pandemia, respondiendo con eficacia. Ahora, la UA y los Centros para el Control y la Prevención…