La batalla por las candidaturas a las presidenciales muestra que la vitalidad de la democracia estadounidense no se ha agotado del todo. Más allá del discurso doméstico, las élites intelectuales y políticas buscan un líder capaz de reparar la categoría moral de EE UU en el mundo.
George W. Bush seguirá en la presidencia hasta el 20 de enero de 2009. Su capacidad de actuación en política exterior y militar sin necesidad de la aprobación del Congreso es considerable. Las restricciones constitucionales al presidente se han reducido en gran medida desde los comienzos del imperio moderno estadounidense en 1898. Bush explotó la guerra contra el terrorismo para exigir una autoridad ejecutiva ilimitada. No hay ninguna barrera institucional que le impida atacar Irán o invadir Cuba.
Sin embargo, un golpe maestro en el aparato militar y de exteriores ha puesto fin por el momento al espíritu aventurero del presidente. El golpe lo ha dirigido el secretario de Defensa, Robert Gates, quien como ex director de la CIA ha contado con el apoyo de los servicios de espionaje. La secretaria de Estado, Condoleezza Rice, se ha sumado a Gates (parece ser que para salvar lo que le queda de reputación). Los altos mandos castrenses, consternados por los costes del desastre de Irak, se han negado a extender la guerra a Irán.
Detrás del golpe se encuentran personajes como el ex asesor (de George Bush padre) Brent Scowcroft. Le ha seguido una pérdida total de confianza en el presidente por parte de ambos partidos en el Congreso y las discrepancias expresadas por personajes como el ex asesor de Seguridad Nacional Zbigniew Brzezinski y el presidente demócrata de la Comisión de Asuntos Exteriores del Senado, Joseph Biden. La élite tradicional de la política exterior, con su noción de un interés nacional sin fisuras, ha…