El título de este número de Economía Exterior, “Ciencia e Innovación”, responde a la creencia generalizada de que el desarrollo de la ciencia moderna y la tecnología estuvieron desde la Revolucion Industrial íntimamente relacionadas. Lo que no es del todo cierto pero se ajusta al sentido común. Ciencia y tecnología vuelven a encontrarse a finales del siglo XIX y se reproduce la creencia de que la tecnología garantiza el crecimiento y la mejora de las condiciones materiales.
La ciencia camina todavía más deprisa. La ingeniería genética permite la intervención humana en el proceso de la evolución, mientras que en este siglo XXI el hallazgo del bosón de Higgs reproduce lo sucedido hace millones de años en el Big Bang, cuando la energía se convirtió en materia. El Gran Acelerador de Partículas ha exigido una inversión de 3.000 millones de euros que plantea, como ocurrió con el proyecto Apolo, un modesto interrogante político: ¿para qué sirve todo esto? Los investigadores del Laboratorio Europeo de Física (CERN) ya han ofrecido, sin embargo, terapias innovadoras contra el cáncer, importantes mejoras en el desarrollo de Internet o en el conocimiento del cerebro humano.
El optimismo sobre el poder de la ciencia en beneficio de la especie humana es compartido por los economistas. Diez de ellos, de los más eminentes, resumen sus saberes en un libro, In 100 Years: Leading Economist Predict the Future (MIT Press 2014), que arranca con un breve ensayo de J. M. Keynes, publicado en 1930 con el prometedor título de Las posibilidades económicas de nuestros nietos. El escenario prometido no podía ser más brillante. El PIB crecería hasta 2030 a una tasa situada entre el 1,4 por cien y el 2,1 por cien, lo que suponía doblar la riqueza cada 35 o 40 años. La jornada laboral, gracias…