Hace 30 años Deng Xiaoping puso en marcha un programa económico cuyos resultados han sido definidos como “el milagro chino”. En su camino de gran potencia, el país se enfrenta ahora a las crecientes diferencias de renta, el deterioro medioambiental y la reforma política.
En diciembre de 1978 el tercer pleno del XI Comité del Partido Comunista de China (PCCh), liderado por Deng Xiaoping, adoptaba la política de “reforma económica y apertura al exterior”. Si alguien entonces hubiese sido capaz de anticipar que su resultado sería, tres décadas después, un nuevo orden mundial en lo económico y en lo geoestratégico, habría pasado por loco.
Tras haber sido durante la mayor parte de la historia el país más rico, culto y sofisticado, China entró en un eclipse, sin saber aún por qué, más o menos cuando Europa despertaba de su edad oscura, a mediados del siglo XIX. Con todo, en 1820 el PIB de China aún suponía en torno al 30 por cien del mundial. La decadencia de China desembocó en la Guerra del Opio (1839-42). La imagen de los navíos de acero ingleses hundiendo a los barcos de madera chinos lo dice todo: China había perdido el tren de la Revolución Industrial. Siguió un siglo largo de humillación y sumisión colonial a manos de las potencias desarrolladas.
La modernización económica, recuperando el tiempo perdido, fue el gran objetivo del nacionalismo chino desde 1842. Fracasaron en el empeño las élites de la última dinastía imperial, extinguida en 1911, y la república burguesa de Sun Yatsen. Mao Zedong proclamó, el 1 de octubre de 1949, la República Popular desde la torre de Tiananmen, en Pekín, con un grito nacionalista: “China se ha puesto en pie”. Liberados del colonialismo, los chinos recuperaron el orgullo de serlo. Pero Mao, en aras de una utopía…