El título de este artículo puede parecer blasfemo. ¿Es posible pensar que gentes de buena fe puedan enfrentarse fríamente a la eventualidad de una catástrofe? ¿Se puede admitir que alguien se comporte negligentemente en el manejo de instalaciones tan peligrosas como una central nuclear, en cuyo interior “bulle” el átomo, susceptible de escapar en cualquier momento al exterior y devenir letal?
Y, pese a todo, numerosos hechos, que la simple lectura de la misma Prensa soviética revela, sugieren una respuesta positiva a aquellas preguntas.
Tratemos, pues, de analizar los hechos y entender si, verdaderamente, la explosión de la central nuclear de Chernóbil sólo ha sido un accidente trágico.
La central de Chernóbil fue puesta en servicio en septiembre de 1977. La primera fase comprendía dos bloques de energía de mil megavatios de potencia cada uno. Seguidamente se construyeron otros dos bloques, de potencia superior, siendo el cuarto bloque el que suministró la primera energía eléctrica, en diciembre de 1983.
Aquellos cuatro bloques estaban constituidos por instalaciones técnicas complejas, extremadamente potentes y cuya peligrosidad potencial exigía una vigilancia constante y particularmente estricta. Importantes centros de investigación participaron en la elaboración de los planos de la central dictando normas de seguridad rigurosísimas, tanto para la construcción como para el funcionamiento de los bloques. Dichas normas, aprobadas por instancias gubernamentales, concernían a todo el personal que trabajase en la planta: ingenieros, investigadores, administradores u obreros.
Sin embargo, desde la colocación de la primera piedra, desde el primer día de funcionamiento de la central, el clima reinante era tal que un accidente resultaba inevitable.
Para realizar el trabajo con mayor celeridad, los obreros se apartaron de la planificación, con desprecio a los estrictos procedimientos de trabajo establecidos. Los responsables de la construcción y de la puesta en marcha de la central, para poder cumplir…