Cuando en agosto pasado se reunieron en la sabana de Bogotá los presidentes de Colombia, Álvaro Uribe, y de Venezuela, Hugo Chávez, para oficializar la designación de éste como mediador entre el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), a fin de encontrar una salida a la crisis de los rehenes en poder de la guerrilla –algunos con casi 10 años de cautiverio– más de un analista se preguntó cuánto tiempo duraría la luna de miel de un matrimonio celebrado por conveniencias de estrategia política y comercial.
Colombia y Venezuela son dos caras de una moneda, no sólo por su forma de relacionarse con Washington, sino por su ideología y su política. Uribe es el aliado más importante de Estados Unidos en los Andes, y Chávez el más extremo opositor de George W. Bush en América Latina. En este aspecto, Cuba ya es historia. Uribe es decidido partidario del sistema de libre empresa, Chávez cada día más adepto a un sistema estatista.
Históricamente las relaciones entre Bogotá y Caracas han sido de amor y odio. Una parte de su ADN es común, y los vínculos históricos, económicos y de vecindad los han convertido en siameses. En el siglo XIX fueron el alma del proyecto bolivariano la Gran Colombia (1819–30) que comprendía los actuales territorios de Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela y pequeñas áreas de Costa Rica y Perú. Tienen economías complementarias. Colombia produce alimentos y bienes de consumo de industria ligera, Venezuela petróleo y derivados, con grandes recursos siderúrgicos e hídricos que generan energía a costes competitivos. Desde los albores de su emancipación de España, las tensiones entre neogranadinos y venezolanos han sido recurrentes, pero el peso de la historia, (Bolívar es patrimonio común), 3.200 millones de dólares de intercambio comercial en 2006 y 2.200 kilómetros de…