Charles de Gaulle y el honor de Francia
Cada vez que se acercan una elecciones presidenciales en Francia, el fundador de la V República francesa, Charles de Gaulle, vuelve a estar de actualidad, e inevitablemente surgen preguntas sobre si la actual república está a la altura de las expectativas de su fundador y también sobre si los candidatos a la presidencia resisten la difícil prueba de ser comparados con un gigante político como es el general De Gaulle.
De Gaulle no solo es el francés más influyente del siglo XX, sino que sigue influyendo en la política y la sociedad francesas de forma muy notable. De hecho, en una encuesta hecha hace unos años en Francia para saber quién era el personaje más importante de la historia moderna del país, De Gaulle salió elegido por una abrumadora mayoría. Muchos de los franceses que lo eligieron argumentaron que salvó el honor de Francia. Otros iban más lejos aún, diciendo que “nos hizo más grandes”. No deja de sorprender que en estos tiempos en los que se espera que los políticos sean sencillos, humildes e incluso serviles, se admire a De Gaulle, que era todo lo contrario. Con respecto a su ideología, De Gaulle no solo era conservador sino también militarista y un ferviente nacionalista. A pesar de que muchos franceses consideran el ideario gaullista un tanto trasnochado, y se sitúan ideológicamente en las antípodas, lo cierto es que siguen admirando al general. Y el gaullismo no está muerto. El hecho de que desde la derrota del Nicolas Sarkozy el partido gaullista no levante cabeza no debe malinterpretarse, pues el espíritu de De Gaulle está presente en formaciones políticas de derecha, centro e incluso de izquierda.
Una explicación de por qué De Gaulle inspira tanta admiración es que tuvo una vida heroica y llena de aventura, algo que brilla por su ausencia en el panorama político actual, en el que los líderes de los partidos suelen tener biografías tremendamente aburridas. Sobre De Gaulle se ha escrito muchísimo; entre la vasta bibliografía gaullista cabe destacar su biografía oficial, escrita por el periodista francés Jean Lacouture, todo un clásico que suele tener un lugar destacado en la biblioteca de muchos franceses que se consideran cultos y patriotas. Otra fuente bibliográfica indispensable sobre De Gaulle son sus propias memorias, que comienzan con una frase que se ha hecho muy célebre: “Siempre tuve una cierta idea de Francia”. De Gaulle tuvo mucha pasión por el mundo de las letras, y así lo revelan sus numerosos escritos. Durante su mandato presidencial, prestó especial atención a la cultura y de hecho una de sus iniciativas que ha marcado la historia contemporánea de Francia es la creación de un ministerio de Cultura, con el fin de prestar más atención y aportar más medios a la cultura francesa: con este fin nombró ministro al gran novelista André Malraux.
«Una explicación de por qué De Gaulle inspira tanta admiración es que tuvo una vida heroica, algo que brilla por su ausencia en el panorama actual, en el que los líderes suelen tener biografías tremendamente aburridas»
La biografía sobre De Gaulle escrita por el académico británico especialista en la historia de Francia Julian Jackson es la última gran novedad editorial sobre el famoso general. Teniendo en cuenta que hay un buen número de biografías sobre De Gaulle de muy diversa índole, publicar una más apunta a atrevimiento inútil. Pero el hecho es que esta voluminosa biografía de 900 páginas ha sido acogida con mucho éxito, y precisamente por haber sido escrita por un inglés permite analizar el personaje con cierto distanciamiento y objetividad, lo que se echa de menos en las biografías escritas por franceses.
Jackson aporta una biografía clásica, bien escrita y bien documentada. Narra con muy buen estilo la extraordinaria vida de De Gaulle, que fascina a los más jóvenes que la desconocen y hace recordar a los más viejos los episodios más extraordinarios de la historia reciente de Francia. De Gaulle no solo puso su carrera en peligro por salvar lo que él consideraba el honor de Francia, sino su propia vida; cuando el mariscal Philippe Pétain firmó el humillante armisticio con Alemania, De Gaulle, obsesionado con la idea de que su destino era salvar Francia, decidió exiliarse en Londres y ponerse al frente de lo que entonces iba a llamarse la Francia libre. No solo fue condenado a muerte por las autoridades de Vichy, sino que su autoridad para erigirse como representante de la Francia que luchaba contra Adolf Hitler fue también puesta en duda en numerosas ocasiones por los propios aliados. Pero después de luchar contra viento y marea logró regresar a una Francia liberada de los alemanes en 1944 para liderar a los franceses como había soñado. La entrada triunfal de De Gaulle en París el de 26 de agosto de 1944, vitoreado por miles de franceses, es uno de los momentos más gloriosos de la historia del país. Jackson la describe como “la mayor manifestación popular en la historia de Francia”.
«Esta voluminosa biografía de 900 páginas ha sido acogida con mucho éxito, y precisamente por haber sido escrita por un inglés permite analizar el personaje con cierto distanciamiento y objetividad, lo que se echa de menos en las biografías escritas por franceses»
Si bien De Gaulle forja su perfil de héroe durante la Segunda Guerra Mundial, el de estadista surge a partir de 1958. Francia, al borde del colapso por la guerra de Argelia, necesita ser salvada de nuevo. En esta ocasión, De Gaulle no solo llega a la presidencia respaldado por una abrumadora mayoría, sino que funda la república actual, la V República.
De Gaulle, que tenía un concepto altísimo sobre la historia de Francia como potencia y civilización, así como de su grandeza, y se propuso lograr que la figura del presidente de la república encarnara claramente dicha grandeza. Como monárquico de corazón que era, dotó a la presidencia de un poder, una pompa y un ceremonial que permitieran al presidente de la república ser un monarca elegido por los franceses cada siete años.
La otra gran obsesión de De Gaulle fue lograr el reconocimiento de Francia como gran potencia, a pesar de que la desaparición de su imperio y su menguante peso económico indicaban que tendría que conformarse con un estatus más modesto. De Gaulle se enfrentó a Reino Unido bloqueando su ingreso en la Comunidad Europea; luego plantó cara a Estados Unidos, negándose a que Francia estuviera en la estructura militar de la OTAN bajo las órdenes americanas, y finalmente abroncó al presidente de la Comunidad Europea, Walter Hallstein, por pretender crear instituciones supranacionales que estuvieran por encima de la soberanía francesa.
«La gran obsesión de De Gaulle fue lograr el reconocimiento de Francia como gran potencia, a pesar de que la desaparición de su imperio y su menguante peso económico indicaban que tendría que conformarse con un estatus más modesto»
La biografía de Jackson permite ver cómo reaccionan los principales líderes occidentales ante la determinación de De Gaulle de que Francia esté siempre en primera línea. El primer ministro Harold Macmillan lo describía como el emperador francés, John F. Kennedy confesaba sentirse abrumado y empequeñecido ante un personaje que resultaba un gigante en todos los aspectos.
De Gaulle unificó a los franceses bajo la V República, pero también fue brutalmente divisivo, odiado por muchos que se sintieron traicionados por la independencia de Argelia y despreciado por una nueva generación que se manifestó en 1968 contra él hasta obligarle a dimitir.
De Gaulle murió en 1970, poco después de cumplir su último deseo de visitar España. “Que viejo está Franco”, comentó poco después de una audiencia privada con él, aunque paradójicamente le sobrevivió cinco años. La muerte y el funeral de De Gaulle en la catedral de Notre Dame fue “uno de los momentos más intensos de emoción colectiva en la historia de la Francia moderna”, como bien lo describe Jackson. No cabe duda de que hay que leer sobre De Gaulle para entender la Francia actual y lo que se juega en las nuevas elecciones presidenciales. La sombra del general de Gaulle es muy alargada.