Acaba de celebrarse el 400 aniversario de la muerte de Cervantes. Ya es casualidad que aquel 23 de abril de 1616 fueran a morir tanto Cervantes como Shakespeare, que se cuentan entre los más profundos escrutadores de la naturaleza humana y son las máximas figuras literarias de las dos lenguas que, con el mandarín, son hoy las más habladas del mundo. La España de Felipe III y la China de Wanli, el décimotercer emperador de la dinastía Ming, eran en 1616 los dos imperios más poderosos de la Tierra. España era vecina de China en Filipinas, de modo que ambos países estaba a la vez muy lejos y muy cerca.
Contemporáneo de El Quijote se considera Viaje al Oeste, de Wu Chengen, una de las obras cumbre de la literatura china, aparecida en 1590. Cuenta las aventuras del Rey Mono (Sun Wukung), que acompañó al monje Xuenzeng en su viaje a India para recuperar las sutras budistas. El Rey Mono es un personaje literario tan central en la cultura china como Don Quijote o Sancho Panza lo son en la nuestra.
Las dos grandes potencias del siglo XVI tenían todas las ventajas para seguir siéndolo en los siglos siguientes. China basada en su capacidad de innovación, superior a la de cualquier otro país hasta el Renacimiento europeo; España a partir del oro y la plata de América. “El descubrimiento de América podía situar a España en la vanguardia del mundo económico moderno”, escribió Pierre Vilar. Sin embargo, tanto China como España perdieron el tren de la Revolución Industrial y quedaron relegadas al papel de potencias periféricas. Sin que se sepa muy bien por qué se secó la capacidad de invención de China, ya a partir de mediados del siglo XV entró en un eclipse justo cuando Europa despertaba después…