Si habla usted con cualquier húngaro, polaco o checo que se precie, es muy probable que éste muestre su disgusto por el frecuente uso del término “Europa del Este” para referirse a su país. Es previsible que este imaginario contertulio explique que su ciudad siempre formó parte de Europa central y quizá detalle una pequeña lista de hombres ilustres, literatos, músicos, filósofos, científicos y cineastas que nacieron en esta parte del mundo. Copérnico era polaco e Inmanuel Kant escribió “La crítica de la razón práctica” y pasó toda su vida en Kónigsberg, hoy Kaliningrado en Rusia, entonces Prusia oriental. La relación entre Franz Kafka y Praga es mucho más conocida. Franz Liszt, Frederic Chopin, Antón Dvorak y Bela Bartok eran húngaros, checos o polacos, y húngaro era Zoltán Kodály, cuyo método de enseñanza musical se sigue en el mundo entero. Román Polanski, Andrzej Wajda, Milos Forman, Michael Curtiz –director de “Casablanca”– y Alexander y Zoltán Korda, son aportaciones al cine desde estos países. ¿Cómo podría llamarse “el Este” a una zona cuyos frutos intelectuales forman parte tan destacada de la cultura europea contemporánea? Por otra parte, ¿no es éste un mundo de raíz católica y protestante, al igual que Europa occidental, y a diferencia del cristianismo ortodoxo o del islam que dominan más al Sur y al Este?
Utilizando argumentos culturales de este tipo, a mediados de la década pasada se produjo un renacimiento de la idea de Centroeuropa o Mitteleuropa entre los intelectuales críticos de Praga y Budapest. Vaclav Havel, Gyórgy Konrad y Milán Kundera fueron sus protagonistas principales, todos ellos escritores de oposición al régimen socialista que, exaltando los rasgos comunes de Polonia, Checoslovaquia y Hungría, intentaban mostrar la distancia que les separaba del “despotismo oriental” ruso y del “atraso cultural y político” de los Balcanes. La reivindicación…