Autor: Marie Moutier
Editorial: Critica
Fecha: 2015
Páginas: 360
Lugar: Barcelona

Cartas de la Wehrmacht

Política Exterior
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La Segunda Guerra mundial terminó hace 70 años y a pesar de las miles de páginas y miles de minutos rodados acerca del conflicto, este todavía guarda algunos secretos para el gran público. Uno de llos es cómo vivieron los malos de la película, los soldados alemanes, las miserias de la guerra. Cartas de la Wehrmacht ayuda a paliar, en parte, ese vacío. Se trata de una recopilación de misivas que los soldados alemanes mandaban a sus familias y amigos desde el frente de batalla. Las experiencias del ejército nazi fueron largas y abarcaron todos los frentes abiertos en el continente. Por eso son una importante fuente que ayuda a comprender mejor la guerra de guerras, casi siempre documentada por los aliados.

Marie Moutier, la autora de libro, es una especialista en el III Reich, y más concretamente en la Wehrmacht. Ha contado con la colaboración de Fanny Chassain, historiadora de la Segunda Guerra mundial. Juntas comenzaron a recopilar cartas en 2012. Se han seleccionado, según explica la autora, teniendo en cuenta los acontecimientos militares de mayor importancia, como la batalla de Stalingrado o la Operación Barbarroja, y el ascenso, expansión y caída del ejército nazi. Por eso aparecen divididas en tres grandes bloques. El contenido de las cartas así lo exigía.

En el prólogo, Timothy Snyder, historiador americano especiado en la historia de Europa Central y del Este y en el Holocausto, advierte que aunque los soldados eran conscientes de los crímenes que presenciaban o cometían, el tema principal de las cartas no es ese. Lo interesante de los escritos personales es que no ofrecen una visión neutra, sino que están cargados de personalidad, ideología, historias particulares, educación, sentimientos y emociones. El lector podrá contemplar la contienda desde la primera línea, “a través de los ojos de los soldados”. Con una enorme carga emocional, donde se mezcla “lo bélico con lo personal” y donde la faceta de soldado contrasta con la de hijo, marido, padre o hermano.

La censura nazi era una de las más estrictas de la guerra, pero no podía garantizar el control de todas las misivas. En teoría, los soldados alemanes no podían dar detalles de las operaciones militares o la posición de las tropas, ni mensajes en clave, ni muestras de derrotismo o desesperación. Si se descubría alguna carta que no se ajustaba a estas prohibiciones, su autor sería vigilado. A pesar de que no todas podían ser revisadas por las autoridades, los soldados se “autocensuraban”, advierte la autora, lo que hace más interesante la lectura.

 

De la confianza a la desesperación 

Una pequeña explicación antes de cada misiva explica el contexto histórico en el que se escribía y unas pequeñas anotaciones sobre la vida de quien la escribe. Esto nos sitúa históricamente y hace más personal la lectura.

La primera etapa comienza en 1940 con la invasión de Polonia. Sigue en Francia, Noruega, Checoslovaquia y Grecia, hasta 1941. Con tranquilidad, seguridad y un ligero tono de superioridad, los soldados escriben a sus allegados lo pronto que volverán a sus casas, las ciudades por las que hacen turismo, o el respeto que les tienen allá donde llegan. “Se nos permite robar alimentos”, le decía Herlmutt H. a su hija en 1939. La propaganda nazi marcaba los mensajes de esta época. “Los judíos tienen que trabajar duro para nosotros, construyendo carreteras y puentes, limpiando vehículos y acarreando agua. Por todas partes se oyen sus gritos a Yahvé…”, escribía a sus padres Günter S., soldado de 22 años que murió en 1942 cuando su unidad avanzaba hacia Stalingrado. En Noruega, Paul S. le contaba a su pareja que esperaba volver “dentro de tres meses”. “En mis sueños me veo llegando a Berlín”, afirmaba el soldado, fallecido en 1944 a los 34 años. En Francia, Otto W. le escribía a su amada que la guerra iba a acabar pronto. “No durará cuatro años. Seguro que no”. La confianza en una guerra rápida estaba muy presente.

Las cartas de la siguiente etapa, entre 1943 y 1944, reflejan el horror de las batallas de Stalingrado y del norte de África. El futuro se hace “cada vez más incierto”. “Una cuestión de vida o muerte”. Desde el continente africano, las cartas se inundan de adjetivos pesimistas. “Horrible”. “Desgastados”.  “Incertidumbre”. “Angustia”. “Violentos combates”.

En Rusia, ante la crudeza del frío invierno, los soldados todavía guardaban ánimo. Teodor K. participaba en la guerra desde antes de cumplir los 18 años. En 1942, describe en su carta los banquetes que se daban antes de llegar a Stalingrado. Tuvo la suerte de regresar a Alemania tras la guerra, después de haber sido capturado por el Ejército Rojo. Otros perdían la esperanza. Ludwis S. le contaba a su hermana que la división “no estaba en condiciones de combatir”. Ante un futuro “cada vez más incierto”, era consciente de que todos debían “esperar a que, tarde o temprano, llegase su hora”. Se le dio por desaparecido en 1944. Además, el libro recoge la última carta de Rudolf K., que fue entregada a su mujer junto con la notificación de su fallecimiento en 1942.

 

La última etapa

Los últimos meses de contienda supusieron el exilio de cientos de miles de civiles alemanes. Para los soldados era difícil seguir el rastro de sus allegados para mandar correspondencia, y esto les deprimía más aun. Las cartas les daban mucha fuerza. De 1944 a 1945, la amargura de la derrota llena los escritos. En esta última etapa se va a perder todo. Muchos soldados habían enfermado, o estaban gravemente heridos y sin apenas fuerzas. Werner O. contrajo malaria, pero tuvo la fortuna de sobrevivir a la guerra. A través breves notas, les iba contando a sus padres su evolución. Y el joven Gottfried S. mandaba a su familia una última carta desde el hospital de campaña donde murió.

El soldado Hans St. escribía a su familia con rabia. “La cantidad de cosas que me he perdido… y que nunca más volveré a vivir”. Desertó en 1944 y se entregó a los estadounidenses. Tras un tiempo de prisionero, volvía a casa en 1946. Ludwig K. escribía a su madre en 1945 hablándole de su angustiosa incertidumbre. “Ignoramos si existe alguna posibilidad de volver de esta guerra”. Y el futuro también le atormentaba; se preguntaba cómo iban a reconstruir sus vidas cuando todo acabase. Otros, como Ernst G., se preocupaban sobre la evolución de su matrimonio en su ausencia.

Sabían que pronto iba a acabar la guerra y casi podían presagiar el resultado. Algunos soldados confiesan a sus allegados que su único deseo es que acabe ya, no les importa caer presos. Pero luego rectifican por esos pensamientos. La lucha continuaba, y el régimen nazi intentaba mantener la moral alta de sus soldados. Algunas veces funcionaba. “No tengo ya creencias ni esperanzas, pero sí una determinación inflexible para mantenerme en pie bajo la bandera”, escribía Johannes H.

Cumplidos 70 años desde que terminó el conflicto armado más mortífero de todos los tiempos, este libro se hace necesario. La Segunda Guerra mundial como pocas veces nos la han contado.