El discurso del vicepresidente de Estados Unidos, Joseph Biden, el 7 de febrero en la Conferencia de Seguridad de Múnich, confirmó el giro que la administración del presidente Barack Obama quiere dar a la política exterior y de seguridad de Washington. Biden declaró el fin del unilateralismo y su sustitución por una política de diálogo y cooperación, especialmente con los socios europeos, a los que a cambio se les pedirá más contribución al esfuerzo común, una advertencia que todo el mundo interpretó como referida al escenario afgano.
Ni Biden, ni el propio Obama, han dicho nunca que EE UU vaya a renunciar al liderazgo global, un papel para el que consideran a su país insustituible, sino que este liderazgo se ejercerá desde otra perspectiva y con otro tono: “escucharemos, pediremos consejo, respetaremos opiniones”. Es mucho, si se compara con sus predecesores, y ha sido muy bien aceptado en Europa, donde no obstante se sigue creyendo que “ningún país es hoy en día capaz de resolver solo los problemas del mundo”, en palabras del presidente francés, Nicolas Sarkozy, y la canciller alemana, Angela Merkel, en un artículo conjunto sobre la seguridad común publicado el 3 de febrero por para presentar la cumbre del 60º aniversario de la OTAN, que se celebrará el 4 de abril en ambos países (Estrasburgo/Kehl) y que deberá iniciar la cooperación transatlántica en esta nueva era.
Liderazgo dialogante o liderazgo compartido, lo cierto es que EE UU y la Unión Europea se aprestan a reforzar viejos lazos, algo maltrechos a raíz de las divisiones creadas en Europa por la administración de George W. Bush, y a abordar juntos la resolución de los numerosos y complejos problemas que afectan por igual a ambas orillas del Atlántico y al resto del planeta: una crisis financiera y económica sin parangón…