No son buenos tiempos para Europa. A la paralización institucional provocada por el rechazo del Tratado de Lisboa en el referéndum irlandés, hay que sumar una profunda crisis económica –probablemente la más grave desde hace décadas– así como una cierta regresión de los valores y de los avances sociales causada por determinadas políticas, tanto nacionales como comunitarias, que ponen en cuestión algunos aspectos del modelo europeo. La complicada situación económica afecta duramente a los países europeos. Alguno, como Dinamarca, ha entrado ya en recesión y otros lo harán probablemente en el segundo semestre del año. El aspecto más grave de esta crisis es la restricción crediticia, una consecuencia directa de las enormes pérdidas producidas por el derrumbamiento de los títulos asociados a las hipotecas subprime. La escasez y elevado interés de los créditos están afectando sobre todo a los países en los que era mayor el peso relativo del sector inmobiliario, que sufre un profundo estancamiento y está arrojando al desempleo a centenares de miles de trabajadores. El Euríbor –índice al que están referenciados la mayoría de los préstamos hipotecarios– alcanzó en junio un máximo histórico del 5,43 por cien, con lo que las hipotecas están agobiando a las familias que tienen que pagarlas y a los bancos que ven crecer la morosidad. Pero la restricción crediticia y la carestía del dinero no afectan sólo al sector inmobiliario, sino que ahogan la actividad económica en muchos sectores y preocupan particularmente en los países en los que la tasa de crecimiento del PIB es menor. Aunque la eurozona creció un 0,7 por cien en el primer trimestre y un 2,1 en términos interanuales (0,7 y 2,3 respectivamente para la UE-27), en algunos Estados miembros como Francia, Italia, España u Holanda el crecimiento fue del 0,5 por cien o menor. Ante…