La sorprendida y dubitativa reacción de la UE ante la crisis política en los países árabes demuestra que, inmersa en sus problemas internos, no puede desarrollar una política exterior común eficaz.
Mientras la Unión Europea se concentra en remontar la división económica y política que la crisis está produciendo entre sus miembros, a sus mismas puertas, en el norte de África y Oriente Próximo, la historia se acelera con horizontes desconocidos, sin que los europeos –los que más van a sufrir o disfrutar las consecuencias, después de los protagonistas– tengan una política común eficaz que les permita influir en la dirección adecuada.
La primera reacción europea ante las protestas populares en Túnez y Egipto, que han derribado a sus líderes después de décadas en el poder y puesto en marcha procesos de democratización, fue de sorpresa, lo que ya da una idea del escaso conocimiento europeo sobre la realidad social del mundo árabe, al menos a nivel comunitario. La acción posterior fue, en consecuencia, lenta, confusa y contradictoria, siempre por detrás de los acontecimientos, apoyando implícitamente hasta el último momento a líderes que ya no podían mantener su cargo, como si no se hubiera contemplado la posibilidad de que en estos países triunfaran los movimientos democráticos…