La insolidaridad de Alemania, secundada por Francia, ante el temor a la indisciplina fiscal de los países periféricos, provoca reiterados ataques al euro que pueden poner en peligro su supervivencia.
El hundimiento financiero de Irlanda obligó al gobierno de Dublín a pedir una ayuda por valor de 85.000 millones de euros de la Facilidad Europea de Estabilidad Financiera (FEEF), la mayor parte mediante un préstamo –a siete años y al 5,8 por cien– que fue aprobado por los ministros de Economía y Finanzas de la Unión Europea el 28 de noviembre. A cambio, se exigieron a Irlanda medidas de ajuste muy duras. Este episodio, después del rescate de Grecia en mayo, ha vuelto a poner de manifiesto que la crisis del euro no ha terminado y que probablemente no terminará hasta que la voluntad de los países de la zona euro de caminar hacia una federación económica sea suficientemente clara.
El caso de Irlanda es una demostración flagrante de que no es cierto que las fórmulas neoliberales sean las mejores para evitar una crisis o salir de ella. No había ningún país más liberal económicamente en Europa que Irlanda, ni mercado laboral más desregulado, ni menor intervención del gobierno, ni impuestos más bajos. De hecho, aún conserva su impuesto de sociedades en el 12,5 por cien, aproximadamente la mitad de la media europea, lo que en el seno de la UE no deja de ser un cierto dumping fiscal consentido.
Los actores financieros internacionales han atacado a Irlanda –que llegó a tener un déficit público del 32 por cien, inflado por el rescate de unos bancos demasiado grandes– porque en ese momento era el eslabón más débil de la zona euro, pero no es fácil que se conformen con eso. Para empezar, el asunto de Grecia no está cerrado, pues…