El reciente fallecimiento del canciller alemán Helmut Kohl ha traído de vuelta los recuerdos de una Unión Europea que parecía más unida, más ambiciosa y más optimista sobre su futuro. La Europa de Kohl estaba considerando pasos de gran alcance hacia una integración más profunda: el mercado único, el euro, Schengen, la revitalización de la UEO (Unión Europea Occidental) y la defensa europea. Al mismo tiempo, esta Europa abrazaba la ampliación, al sur en los años ochenta, al norte en los noventa y al este en la primera década del siglo XXI. La integración fue impulsada por la ambición y el consenso entre los Estados miembros, por la agenda de integración de actores claves como Kohl o François Mitterrand. Sus iniciativas superaron lo que se llamaba “eurosclerosis” a principios de la década de los ochenta. Este impulso permitió a las instituciones europeas desarrollar y aplicar las políticas necesarias. Francia y Alemania habían configurado una coalición sin la que la Comisión Europea presidida por Jacques Delors no habría tenido éxito.
Esta lección sobre el poder de la ambición de los Estados miembros viene a la mente al analizar la integración europea actual. La importancia de los Estados miembros ha aumentado considerablemente, pero el sentido de unidad, ambición y una agenda estratégica parecen haberse perdido. La fragmentación política y la lógica de la suma cero han tomado el relevo, a la vez que en una UE más intergubernamental el número de actores con veto ha crecido. Para impulsar la integración y desarrollar respuestas políticas comunes a los desafíos actuales, más allá de los medios de los Estados, esta Europa probablemente necesite formar coaliciones con más urgencia que cuando Kohl fue elegido canciller en octubre de 1982.
A medida que las coaliciones tradicionales han perdido cohesión y poder formativo en el proyecto europeo,…