El gran problema geoestratégico de nuestro tiempo es acomodar la reemergencia de China de forma pacífica, evitando los horrores del siglo XX. Las ‘palomas’ deben predominar sobre los ‘halcones’.
La común percepción del peligro soviético condujo al entendimiento entre China y Estados Unidos, sellado por el viaje de Richard Nixon a China en 1972. Ello hizo posible que la política de “reforma económica y apertura al exterior”, lanzada por Deng Xiaoping en 1978, se beneficiara de los mercados y flujos de capital del mundo entero. Además, cientos de miles de estudiantes chinos se educaron en los países desarrollados, EE UU en primer lugar. Con el hundimiento de la Unión Soviética desapareció la base estratégica del acercamiento chino-norteamericano. Los sucesos de Tiananmen y la represión del movimiento estudiantil prodemocrático volvieron a buena parte de la opinión pública norteamericana contra China. Bill Clinton aún consideró a China “socio estratégico”. George W. Bush lo llamó ya “competidor estratégico”.
El rapidísimo crecimiento económico de China, al que me refería en una de mis cartas anteriores, ha creado inquietud en EE UU. El reto que representa China es de naturaleza distinta al de la URSS. Esta siempre fue un gigante con pies de barro, al haber adoptado un sistema económico muy ineficiente. China, en cambio, abandonada la planificación a la soviética, se ha dotado de un sistema de economía mixta que ha procurado un crecimiento anual del 10 por cien durante un tercio de siglo. La pujanza económica sustenta la tecnológica y la militar, y las tres constituyen los elementos esenciales del “poder duro”. La crisis económica aceleró las tendencias preexistentes. Si en 2007 se estimaba que el PIB de China, a precios de mercado, podía alcanzar al de EE UU a mediados de siglo, ahora el consenso es que esto ocurrirá en la próxima década y que a…